"Y preguntarme por qué no escribo, inevitablemente desemboca en
otra inquisición mucho más azorante: ¿por qué escribí?"
Jaime Gil de Biedma
Viernes, todavía. Tengo frente a mí una página blanca, un
muro limpio y áspero en el que titila, insistente, el cursor. Empujo en mi
mente las palabras. Espero a que vengan, de a poco; o a lo bestia. Y no vienen.
Vivo de escribir y,
sin embargo, no consigo palabras suficientes: para arrojarlas; para dar
pedradas o coces; para hacer preguntas y responderlas; para permanecer; para
saber por qué los folios sin letras hacen lo que el miedo o el frío.
En verdad, no se han marchado del todo, las palabras quiero
decir. Vienen para lo justo: buenos días, buenas tardes. Incluso algo más.
Todavía recuerdo como apilarlas todas; juntas no dicen nada, pero al menos ocupan espacio. Sujeto, verbo,
predicado. Subo y bajo de autobuses repitiéndolo.
Pero el muro sigue ahí. firme como un reproche.
Un amigo me dijo que el tiempo también escribía; yo me
pregunto, entonces, qué reloj sin cuerda va a marcar la hora de los párrafos en
este día demasiado largo.
Esta semana he soñado con serpientes dálmatas. Gruesas y
veloces culebras de manchas blancas y negras que maté a portazos. Tuve que
cerrar tantas puertas como serpientes aparecían en mi sueño. Plas. Plas. Plas.
Plas. Al día siguiente salí a la calle. Nevaba, con fuerza. Y mientras pensaba
en las serpientes, una blanca e insistente capa de hielo raspado comenzó a
cubrir los árboles del Retiro. Una inmensa página blanca oliéndome las botas
viejas. No cuajó la nieve; como no lo hicieron las palabras que intenté rebañar
en mi mente mientras caminaba mirándome los zapatos.
Desde que no puedo escribir canto, miro la tele y
paso ratos largos mirando a ninguna parte. Huyo de las libretas y los
ordenadores. Viajo en el metro sin nada entre las manos. Algo parecido a un
nudo bobo sujeta, retiene, desanima. Y no importa cuánto empuje. El muro sigue
tan áspero y blanco como siempre.
Ya es sábado, ahora sí. Tiempo de descanso. ¿Será que
vendrán hoy? ¿Será?
Lo peor de todo es que parece que cuanto más te obsesionas con esto, más cuesta que vuelvan a salir las palabras. Al final yo acabo esforzándome por pensar en otra cosa, lo cual no hace sino empeorar el problema...
ResponderEliminarEn fin, ojalá el muro caiga pronto.
Un abrazo!
Tienes razón. El mal no remite.
ResponderEliminarGracias Ehse.