En la sala 23 los mismos de siempre hacen
las cosas de costumbre. Los que regresan a Madrid tras los días de vacaciones
en el vuelo UX 072 repasan el repertorio. Los que parecen estar acostumbrándose
a hablar de una manera al facturar la maleta y de otra al cruzar la taquilla de
inmigración. Los que se van a morir del sueño con los pies apoyados sobre el
equipaje de mano. Los que conferencian por teléfono, mis preferidos: porque
cuando llaman más de dos veces a un pasajero y no acude entonces van a retrasar
el avión y ahí sí te voy a llamar para
que no te preocupes, ¿okey; porque
cuando hay paquetes muy compactos la Guardia Nacional cree que se trata de
droga y te bajan a pista; porque una vez una señora llevaba harina de maíz y tuvo
que bajar a dar explicaciones; porque cuando eres comunitario europeo no te
corresponde la manutención de Cadivi; porque cuando llegue a Madrid voy a pasar
por el consulado para preguntarlo todo y te aviso, ¿okey? Vale pues, Hablamos.
Mitades de personas. El repertorio de siempre, sólo que esta vez relavado por
el desuso.
Llevo tiempo sin venir. Y estas ceremonias terminan por espantarme.
Además estoy triste y el único problema que puedo gerenciar es el de la máquina
de refrescos, que se niega a darme una
botella de líquido. Después de introducir dos billetes de diez –hace cinco años
compraba un libro con eso-, acepto te en lugar de agua y me devuelvo a la silla
en la que no quepo. Llevo dos bolsos; uno repleto de libros, otro lleno de
cartones de cigarrillos libres de impuestos; documentos, algunas libretas que llevo conmigo
porque no puedo perder, con apuntes de entrevistas, anotaciones, ideas que no
desarrollo, también el iPad al que no puedo conectarme y dos teléfonos inteligentes
que no uso.
Ya son casi las nueve y me comunico con mi hermana a través de un
Nokia que me indica cuánto atasco le ha tocado desde el aeropuerto al que me ha
llevado hace dos horas hasta a puerta de casa –puede que llegue en una hora
más, cuando el trayecto normal dura 25 minutos-. Temo que la asalten en la
autopista. Que le hagan algo. Normalmente temo, pero al venir, el miedo deja de
ser un rumor y se hace insistente como las verdades. Miro hacia la pista. No
veo nada. Intento leer el libro de Mirtha Rivero. Historias menudas de un país que ya no existe. En realidad releo la
historia del Hombre a quien le salen bien las cuentas, poco después la de los
dos pescadores nacidos en Margarita. El libro, aunque de tan remoto, me gusta y
me saca el analfabeto que llevo dentro.
Hace días que apenas y junto letras.
Arrastro el peso de una a y la junto cerca de una consonante. Hago algo
parecido a diarios que sólo yo voy a releer. Abandono de a poco la escritura,
como quien renuncia a un afecto. Cargo pesos viejos esperando soltarlos en
alguna parte. Mañana, cuando aterrice en Barajas, tendré que pensar si arrastro
la maleta conmigo hasta casa en metro o si me echo el peso del país a cuestas
de esta otra forma. Estará muy fresco el más cerquita y haré lo que estoy
haciendo, ejecutando el gatillo loco de quien escribe para sangrar los días y
sus noches.
Miro a mi alrededor. No me siento parte de ninguno de estos grupos.
No pertenezco al país del que me marcho, porque formaba parte del que dejé seis
años atrás. Ha de ser por eso que el pasado tiene la forma de un país viejo,
superado velozmente en el tiempo de los locos o los enfermos. En estos días ha
de morirse el presidente. Está en La Habana. Conectado a lo que supongo, serán
aparatos que lo mantienen a él respirando y al país ensayándose orfandades o tejiendo
mortajas. Poco antes de irme, fui a la Plaza Bolívar para buscar a los que
piden por la salud del presidente. No los encontré. También ,e metí en el
tuiter para buscar a los que celebraban su muerte, y encontré muchísimos.
Países como panes duros y yo con estos dientes tan blandos. En la tele abundan
los comunicados oficiales y en la prensa escasea la información independiente.
Los alimentos llevan sellos de calidad oficial y la gente quema el dinero en cualquier mostrador comprando almohadas.
Todo vale poco. La vida. Los billetes. La calma. Con quienes hablé sentí el
tono de quienes resisten. En quienes vi cruzar la calle miré la indolencia de
quien orina en medio de una mesa puesta. Entre ambas, encontré el ruido de las
radios, llenas de música nueva; vi la tele, poblada de gente con ropa corta y
ajustada; crucé calles vacías por navidades engañosas; toqué dinero de
monopolio.
Me moví en un país provisional que nunca da la campanada. Un país
que ya no existe y cuya nueva versión no termina de entender la diferencia
entre lo que dejó y lo que será, lo que vale de lo que deshecha. Lo que resiste
de lo que arrasa. ¿De qué lado vamos a estar: de los que sobreviven o de los
que eligen quiénes van a vivir? Alzo la vista hacia la pantalla del aeropuerto.
Esta vez se repite el clip de la alfarera. Yo no tengo bando. Ni siquiera el de
los provisionales. Yo no estoy de viaje. Ni siquiera regreso, porque el país
del que me marché es anterior a éste.
Contesto un mensaje de mi hermana. Me
dice que todavía no llega Catia. Cumplo
con el miedo como mi único tributo en esta guerra de corazones. Mañana cuando
llegue haré algo. Arrastraré mi maleta. Juntaré letras. Esperaré la muerte de
un hombre conectado a una máquina. Temeré. Los amaré a todos en la distancia.
Desearé lo mismo de siempre. Que vivamos todos en la misma ciudad. Que estos
viajes no acaben de esta forma. Que el hilo no se me pierda a la hora de
ensartarlo. Que de este costurero salga, al fin, algo bueno y que el bucle no
descarrile. Esperaré, sin paciencia, a que el tiempo haga algo mejor a su paso.
Esperaré. El avión no tarda en salir. Esperaré.
Triste, pero pa'lante.
ResponderEliminarMuy bueno superK. Casa palabra rezuma el amargo sabor de la despedida, de las nostalgias y del enorme esfuerzo de cargar un país al que ya no perteneces. Habrá que mantener la esperanza y esperar que algún día por el horizonte salga el sol.
ResponderEliminarMuy bueno superK. Casa palabra rezuma el amargo sabor de la despedida, de las nostalgias y del enorme esfuerzo de cargar un país al que ya no perteneces. Habrá que mantener la esperanza y esperar que algún día por el horizonte salga el sol.
ResponderEliminarMuy bueno superK. Casa palabra rezuma el amargo sabor de la despedida, de las nostalgias y del enorme esfuerzo de cargar un país al que ya no perteneces. Habrá que mantener la esperanza y esperar que algún día por el horizonte salga el sol.
ResponderEliminarMuy bueno superK. Casa palabra rezuma el amargo sabor de la despedida, de las nostalgias y del enorme esfuerzo de cargar un país al que ya no perteneces. Habrá que mantener la esperanza y esperar que algún día por el horizonte salga el sol.
ResponderEliminarMuy bueno superK. Casa palabra rezuma el amargo sabor de la despedida, de las nostalgias y del enorme esfuerzo de cargar un país al que ya no perteneces. Habrá que mantener la esperanza y esperar que algún día por el horizonte salga el sol.
ResponderEliminarMe da que Chávez morirá, cuando al final él decida morirse... que será dentro de unos cuantos años (como Fidel más o menos).
ResponderEliminarKarina, no me conoces aunque yo quizás a tí un poquito, por haber trasteado entre algunos de tus posts.
Tengo una curiosidad, sé que tus orígenes son venezolanos aunque resides en Madrid. Pero me preguntaba si sabías un poco donde se remonta el origen de tu apellido (Sáinz). Yo me apellido igual, y me ha hecho gracia encontrar un blog literario de una persona que tiene el mismo apellido que un servidor.
Los orígenes de mi padre están en un pueblo de Santander (la española)
Un saludo.
V.
vigo, perdona, no había visto tu comentario. Tengo mucho tiempo sin pasar por aquí.
ResponderEliminarSainz es un apellido, por lo que entiendo, muy Santanderino. Así que no es de extrañar que seamos por ahí unos cuantos con ese nombre. Podríamos hacernos todos marineros y volver. ¿No?
Bueno, gracias por contestar, mejor tarde que nunca en (¡eso mismo se podría decir de la muerte de Chávez!).
ResponderEliminarY marinero... o montañero. Desde luego a mí me gusta ir de vez en cuando a la tierra de mi padre. Es un valle precioso con montañas de un intenso verde y niebla en las alturas. En los prados pacen tranquilamente las vacas, y los ríos que hay por allí son de agua cristalina. Mi padre siempre presume de haber nacido en uno de los lugares más bellos de España (las tierras que están bajando por el Puerto de los Tornos, en el valle de Soba).
Suerte a partir de ahora a todo el pueblo venezolano, chavistas o no chavistas, y unidos, ojalá encontréis la estabilidad de un país viable que crezca en derechos y libertades.