Miércoles primero de diciembre. Atravieso el rayado que cruza desde la estación de Atocha hacia el Reina Sofía. Lo hago rápido. Con la nariz envuelta en ese débil olor a nieve del invierno y la mente impregnada con ese tufillo a gasolina que me acompaña ahora a todas partes. Prender fuego es, también, una vocación.
Entro al Reina atravesando su viejo portal de Hospital, como quien llega a que le diagnostiquen una enfermedad. ¿cierto? La sala aún tiene gente, respiro. Soy impuntual, pero no tanto. Alexander Apóstol se preparara para exhibir el vídeo que he venido a ver: Yamaikaleter. La versión original dura 20 minutos; ésta ocho.
Aún no lo he dicho, pero he llegado a la clausura de un seminario llamado Memorias Disruptivas. Dos jornadas de reflexión sobre los Bicentenarios de América Latina y el Caribe. Sofisticaciones comisariales de nuestras fallas de origen. Son suposiciones. Prejuicios. No lo sé. En verdad es gente reunida intentando pensar. Pensar. Pensar (Un infinitivo posible). El resto soy yo. O quizás la gasolina haciendo combustión en mis venas.
Cojo un programa de un mostrador. Doy saltos entre butacas. Me acomodo. Miro los rótulos. Yamaiklaleter, una confitura más de Apóstol, quien cada día sofistica su mirada, afila el escalpelo y deshace la historia patria sin nostalgia ni lloriqueos. El vídeo que este hombre está por proyectar muestra a dirigentes comunales -chavistas y antichavistas- mientras leen la Carta de Jamaica.
Este documento que promovió Simón Bolívar para recabar apoyo internacional después de la Independencia fue redactado originalmente en inglés, un idioma ajeno a la mayoría de los americanos, a los entonces independientes. Y es en esa lengua que Alexander Apóstol hace a estas personas leer el documento.
Escuchar y ver la pieza es un bofetón. Ese idioma estropeado, de palabras cortadas, criollizadas y torpes, aunque lo parezca, no invitan a la burla sino al sobrecogimiento, empujan a lo que Yamaikaleter es: un ensayo visual de la exclusión.
Lo que se supone un documento fundacional de la integración, La Carta de Jamaica, escrito por "el Padre de la patria", y que hoy es una pegatina más del populismo presente, se oye en ese video como ruido. Es eso: palabras aporreadas, patrias mal pronunciadas que nadie entiende. Ni ellos ni nosotros.
No debería hacer fotografías de este vídeo. ¿Está mal? ¿No? No tengo permiso del artista, que además es amigo. Pero me perdonarán, ustedes y él, porque la imagen es borrosa, como lo son ahora mi retina y mi idioma, cada vez más agrio, más lleno de patrias y botellas de gasolina, listas siempre para arder, para hacer ruido en la oscuridad, al margen, en los bordes de algo.
La inteligencia de Apóstol cada vez se me hace más dolorosa, y necesaria.
Más lúcida en medio de la oscuridad.
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