Al fin, uno de los nuestros. Un arquitecto que no pone cara de escritor, ni de canciller, ni de sustituto de Vargas Llosa. Alguien cuyo mejor edificio son las palabras. Alguien al que le importan un bledo los críticos de uñas rosadas y pretensiones literarias. Uno de los nuestros. ¡Al fin, alguien que se indigesta, irrumpe en el salón de las buenas prácticas editoriales para torcerle el tobilllo Al Martin Amis de turno! Ungar viene a hacer lo que sabe, a partir narices con los nudillos huesudos de una metáfora perfecta.
Insisto, él es uno de nosotros. Alguien Que escribe con cólera, infancia, exceso de país y fiebre de hombres muertos en autobuses amarillos. Ungar es uno de nosotros, . Sí, si, de esos que confunden la patria con el barro que devora ciudadanos. Un odiador incapaz de renunciar a la propia tierra que le asfixia y a la vez le lleva al límite de su propia pluma. Ungar es, por encima de cualquier cosa, un rompedor de ventanas, un domador de abejas, un nostálgico de animales tristes, un melodioso quiebra huesos en la marea de su prosa.
Como el niño tigre de Las Orejas del lobo, Ungar caza solo. No forma parte de nada -ni lo busca ni lo necesita- y aún así siento que padece, como algunos otros, la necesidad de cobrárselas. Y no sé si es la patria, el fango, la escritura. No lo sé. Pero a él, como a mí, alguien le debe algo. Por eso al escribir golpea, y golpea, y golpea. Yo aún no sé hacer sangrar como él lo hace.
Esta mañana, escuchando el triste sonido de los niños en su hora de recreo -hay un colegio, muy cerca de mi oficina, en la calle García Noblejas- , he leído las noticias.Antonio Ungar. Premio Herralde 2010.
He pensado en Las orejas del lobo. En De ciertos animales tristes, Trece circos comunes y Zanahorias voladoras, una novela que hace muchos años dio para la declaración de una República Independiente del Betacaroteno y también, cómo no, para mi primer ejemplar del Corazón de las tinieblas, comprado en Mérida hace años.
Son las nueve o las diez. Los niños siguen gritando, en su frío recreo de bocatas y zumos. Los imagino crueles, repeinados de gomina. Entonces me viene a la mente la primera página de Zanahorias voladoras. Ese momento justo en que la hermana del narrador, a unos pocos pasos de la reja, se deja envolver por completo con un espeso vestido de avispas.
Y como Ungar yo también sentí que me iba a "ahogar de miedo y de dicha", que me iba a "desmayar de admiración por esa niña que ya no era una niña sino un cuerpo sobre el que caminan sin picarla (ninguna la ataca, como si conocieran su poder) miles de abejas)".
Ungar se ha ganado el Herralde. Al fin, uno de los nuestros. Al fin.
Amo Antonio Ungar y este Blog.
ResponderEliminarMe siento halagada en las categorías de tu afecto. En efecto, Ungar es un crack. Hoy, después de mucho tiempo, he recuperado la fe en el mundo literario....
ResponderEliminarTras la primera página, decido agregar a Don Antonio a mi librería. Se está convirtiendo usted en visita obligada.
ResponderEliminarUn beso, Karina.
ResponderEliminarSólo espero que Ungar no sea igual de fastidioso que Loriga.
Un beso again.
Doctor Letra, créame, Ungar es un gran escritor, él sí que es una visita obligada. Eso sí... Le agradezco, y mucho, sus palabras.
ResponderEliminarRoberto lamento que LOriga no te gustara, lo lamento muchísimo. A ti te pareció para dormir culebras, mi me gustó; y eso que lo odiaba al comienzo; pero créame que Ungar es lo que le digo: un traguito de gasolina, un rompevidrios, un escritor de esos que te producen ganas de echar a correr y llorar.
a mi me encanta venir del país de los confundidos, confundida es cuando las mejores cosas y traspaso la realidad y hago otra cosa con ella.
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