viernes, 12 de marzo de 2010

Sudokus versus azucarillos, o el equilibrismo en una barra de pan



Es la tribu más numerosa que conozco. Me veo obligada compartir mi espacio con ellos, otras veces a defenderlo. Como sus bastones, y dependiendo del día y del anciano, doy bandazos. No es para menos, las circunstancias nos han colocado en el mismo lugar a pesar de ser antagónicos en la cadena alimenticia.

Parados y jubilados, siempre juntos, en los vertederos de las cafeterías, las plazas públicas y las exposiciones gratuitas como si la cebra y el león se sentasen a beber, desgraciados, porque la selva está en crisis y no puede contratar ni depredadores ni presas. "Lo sentimos, ahora sólo son necesarios los monos". Y vengan los dos, la cebra y el león, a empinar el codo.

Si algo nos uniforma a los dos, a parados y jubilados, es la costumbre. Repetir actos para llenar con ellos el vacío que genera la falta de una rutina. Es decir. La misma cafetería. La misma silla. El mismo cortado o la misma tostada, con la misma cantidad de sal. Yo, que esto del paro lo llevo de manera muy creativa, tengo una red de oficinas.
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Dependiendo del día, escojo un local distinto para escribir el texto o la colaboración de la semana o del mes. En el bar del barrio, un fangoso territorio que aún no preciso si es apache o madridista y en el que siempre tengo que andarme con cuidado, un hombre de unos 70 años, gorra de pana y eterna barra de pan bajo el brazo llega sobre eso de las diez.
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Pide un churro y un café. Coge el ABC del bar, sólo el ABC, saca un boli de tinta roja y resuelve religiosamente el damero. Muy pocas veces se da por vencido. ¿Qué diferencia hay entre sus dameros y mis manuscritos? Si los dos estamos agujereando el tiempo. La clara distinción estriba, quizá, en que esta discreta cebra ya trabajó de león un buen rato. Quizás.

Otra veces he visto a este mismo sujeto, y tengo testigos, leer libros en inglés mientras consulta palabra por palabra en un diccionario el significado castellano de cada expresión sajona. Así aprendí a leer a Oscar Wilde en inglés a los 15 años. A mí me funcionó. No veo porqué a él no.

Mi segunda oficina, para la que tengo que coger el 30, es menos costumbrista. La gente entra y sale. Las sillas se llenan y se vacían en un parpadeo, pero los jubilados siguen siendo mayoría. Hay un par de parados que suelen sentarse con las manos apoyadas en las mejillas y quedarse mirando una cocacola –o un cubata, no sé- durante horas. Los jubilados parecen más enérgicos. Piden tostadas, las bañan con aceite, comen con energía y ganas. Da gusto verles treparse a las banquetas y recibir sus codazos de pura dieta mediterránea.

Hace dos días, mientras leía Llenos de vida, de John Fante, justo en la escena en que la mitad del vagón 21 desprecia al guionista por haber dejado dormir a su padre en los lavabos (la realidad es que no hubo forma de convencer al agreste albañil), un hombre mayor se dio la vuelta y me pidió que le ayudara a abrir los azucarillos.
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Extendí la mano. Sonreí, porque quise. Cogí las bolsitas y las abrí con muchísimo gusto. A mí también me cuesta horrores dar con el truco para rasgar el doblez de los sobres. Las bolsas del azúcar están hechas de un papel parafinado muy extraño que no cede cuando tiras. No sé si el hombre estaba justificándose, lo cierto es que dijo algo que no escuché bien. No le gustaba nada la idea de tener que pedirme ayuda. “Oiga, no se agobie, depende del día yo tampoco sé abrir los azucarillos”, le dije. Y no le mentía. Era completamente cierto.

Y de pronto, mirando las bolsitas rotas, me sentí como un león que en lugar de beber su Bourbon con hielo en una barra le abriese a la cebra el azucarillo para su Poleo menta. Pagué y salí a la calle. Hacía 3 grados. Repasé mentalmente las gestiones de los últimos meses. Visto que en el mercado de los leones la oferta estaba saturada, eché curriculum para trabajar de elefante, de rinoceronte, de cocodrilo, pero también de becario de león, de león sustituto, de aspirante a león, de doble de león, de intérprete de león, de león a medio tiempo y nuevamente de avestruz, de liana, de palmera.. Cuando llegué a la parada del 26 vi un grupo de cuatro jubilados. Dos resolvían sudokus y otros esperaban con dos barras de pan en la mano.

La quinta en la fila era yo. Pensé en los azucarillos, los sudokus, los dameros y las barras de pan. Sentí un ligero mareo. ¿Será el Bourbon o es que llevaré mucho tiempo pastando entre las cebras?

8 comentarios:

  1. Me encantó. Sumame a la agenda de exposiciones para parados y jubilados de la próxima semana.
    A cambio te prometo saldar mi deuda de café en algún sitio bonito.

    :)

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  2. Qué fácil haces esto de transportarme a tu mundo.. compartirlo...hacerlo un poco mío y ayudarme a aprender de esa mirada tan especial que tienes. Te quiero un poquito más cuando haces eso ;)

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  3. A fin de cuentas no somos más que manadas de animales de costumbres, hoy fuertes, mañana débiles, pero siempre animales.

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  4. Alba: descubrí un sitio genial (pregúntale a Sora) pero no sirven café sino mezcal, está muy chulo. Está en San Vicente Ferrer con Fuencarral. Cuando quieras.

    Inés: qué bueno que te gustaron mis parados, porque sé que eres una lectora muy exigente (y eso que me acabo de dar cuenta que tengo erratas). ;)

    Soraly: créeme, soy la cebra menos curiosa de este paisaje, si conoceras a las otras dejarías de quererme. Son adorables.

    Saúl, sinceramente, a veces me siento como los gallos de las Ramblas, pero luego me acuerdo de que ellos sí tienen trabajo.

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  5. La vida y sus tretas, es un viaje no un destino, hay que seguir no queda otra...si se busca, se encuentra...algo, no lo que anhelamos, pero algo y eso nos hace de nuevo...seguir.

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  6. Hola Sra. Sáinz. No sé qué decirle.

    Yo tengo años de años de años viviendo horas entre dameristas, sudokeros y pitágoristas de Papermates y servilletas.

    Mi vida adulta ha sido un largo paro con algunas intermitencias laborales.

    Pero no nos lamentemos. La vida es una belleza.

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  7. ¡Echeto! ¡La vida es como esos elefantes que usted pinta en cuadernos de hojas a rayas! Yo tengo uno todavía, de un Papel Literario, lo tengo bien guardadito en mi conputadora.
    ¡Eso sí que es hermoso!

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