domingo, 1 de noviembre de 2009

Esperando a Calvo Sotelo



"-Estragón: Hermoso lugar. Vámonos.
-Vladimiro: No podemos.
-Esragón: ¿Por qué?
-Vladimiro: Esperamos a Godot.
-Estragón: Es verdad. ¿Estás seguro de que es aquí?
-Vladimiro: ¿El qué?
-Estragón: Donde hay que esperar".

Samuel Beckett. Esperando a Godot
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La imagen no está lavada, tampoco tiene ese brochazo amarillo que barniza las cosas viejas. Aún así, parece hecha mucho antes de su fecha original. España, año 1981. Dos hombres esperan, de pie, enmarcados en la puerta de una blanca y agreste casa. A su derecha, una pizarra remata la composición. En ella se anuncia la visita, “el próximo domingo 29”, del presidente Leopoldo Calvo Sotelo. Escrita en tiza, y firmada por el alcalde con letra cursi y esmerada, la comunicación oficial presume de paleta y tierna urbanidad.

Habrían transcurrido pocos, o poquísimos días, de la doble y accidentada investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, hombre consenso elegido por UCD para sustituir a Adolfo Suárez al frente del Gobierno de España. El día planificado para la votación de su candidatura en el Congreso de los Diputados, el 23 de febrero de 1981, el teniente coronel Antonio Tejero Molina entró al Hemiciclo pistola en mano y al grito “¡Todo el mundo al suelo!”. Excepto Adolfo Suárez, aún jefe de Gobierno; el vicepresidente primero y encargado de la Defensa Nacional, el general Gutiérrez Mellado, y el diputado Santiago Carrillo, todos los convocados –periodistas y diputados- se escondieron bajo sus escaños, incluyendo al mismísimo Calvo Sotelo.

Dos días después del fallido intento de golpe, el 25 de febrero, el Congreso de los Diputados retomó la votación en el momento junto en el que había sido interrumpida por los golpistas y llevó a cabo la elección del que hasta entonces había sido vicepresidente para asuntos de economía del gobierno de Adolfo Suárez y de ahora en adelante su sucesor tras la dimisión anunciada por televisión un mes antes.

La llegada al cargo de Leopoldo Calvo Sotelo no sólo fue accidentada, también fue triste, solitaria y ruidosa. Tan sólo en ese año, hubo 23 atentados terroristas y 42 muertos. El divorcio, uno de los derechos más esperados por lo españoles, alcanzó los 16.000 casos. El Guernica fue expuesto por primera vez en España -hasta ese entonces, el cuadro había vivido un exilio de 44 años, debido a la negativa de Picasso de que el cuadro volviese a España hasta el fin del régimen de Franco- y Quini, el delantero del Barcelona, se convirtió en el pichichi de la Liga, a pesar de haber permanecido secuestrado durante más de un mes en un zulo en Zaragoza. Si de un año de reencuentros se trataba, ¿por qué parecía reinar la soledad en los ojos de esos hombre que esperan al presidente de Gobierno?

Suárez no hizo traspaso ni entrega formal de documentos, tampoco dejó un solo papel en el despacho de la Moncloa que sirviera de algo a su sucesor. Así comenzó el año y medio de gobierno de aquel hombre, en medio de la nada. También, en el medio de otra nada, quizás otra más blanca y roñosa, dos hombres flacos y demacrados se dejan fotografiar.

Esperan al presidente, sí. Pero lo hacen con ojos de burro. Como si su llegada o su desplante diese lo mismo. En un país que apenas había roto el celofán de la democracia, dominaba aquel raro y oscuro paisaje de algo que no termina de ser definitivo. Que no termina completamente de ser libre o no; moderno o atrasado; cosmopolita o pueblerino. Todo aún por estrenar, todo demasiado nuevo e incompleto como para aclarar la España Negra del 98.

Mientras en los periódicos explotaba un país libre y sin complejos, en las calles de los pueblos otro permanecía intacto, solitario, esperando quién sabe qué. Miro en la fotografía del reportero César Lucas a estos dos hombres. La imagen no está lavada, tampoco tiene ese brochazo amarillo que barniza las cosas viejas. Aún así, parece hecha mucho antes de su fecha original. España, año 1981, el retrato un país que parece anterior a su propio origen.

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