"El infierno, al fin y
al cabo, no es más que el eterno segundo que uno pasa en el lugar que uno no
cree que le corresponde. Y en ese lugar vivimos todos"
Ray Loriga.
Estampa #1
En Madrid llueve desde hace cinco o seis días. Un invierno
puñetero, cenizo. Hace frío, claro. Pero un frío de esos que destemplan un poco
más cuando se mezcla con otras cosas. Y en estos días pasan muchas.
-Mi madre ha ido a la carnicería. Sólo dejaban llevarse dos
pollos por persona- digo.
-¿Y por qué no los compra por Internet?-me responde.
Una ráfaga de viento del invierno entra por la ventana, que
está cerrada. Sigo cenando. Me concentro en trocear dos taquitos de pez espada
que he comprado en La Sirena. Están algo pegajosos. Acaso poco hechos. Casi
crudos. Mi corazón también.
Estampa #2
Llego a la redacción.
Me sacudo las astillas de hielo que comienzan a derretirse sobre el
abrigo. Enciendo el ordenador. Actualizo la bandeja de entrada. Recibo el
correo de un buen amigo español. Viaja a menudo a Venezuela; está bastante
enterado de lo que ocurre.
Leo: Me imagino que estarás conmovida por los sucesos que se desencadenan en tu país. Es terrible, pero estaba por venir, claro. Un algo de cariño y de puntilla me arropan y me joden, a la vez. Leo de nuevo. Me imagino que estarás conmovida… Mis ojos saltan hasta tu país, esa atribución que tiene algo de esputo, de reproche y con el que suelen referirse los españoles a mi lugar de procedencia cuando de política y clichés se trata.
Leo: Me imagino que estarás conmovida por los sucesos que se desencadenan en tu país. Es terrible, pero estaba por venir, claro. Un algo de cariño y de puntilla me arropan y me joden, a la vez. Leo de nuevo. Me imagino que estarás conmovida… Mis ojos saltan hasta tu país, esa atribución que tiene algo de esputo, de reproche y con el que suelen referirse los españoles a mi lugar de procedencia cuando de política y clichés se trata.
Avanzo, acumulo las palabras en la lectura continua de una
línea sobre una pantalla blanca. Es
terrible, pero estaba por venir, claro. Ese claro, descolgado tras una coma, me resulta todavía más hiriente. Me
escuece como los abrazos de compañera de clase en colegio
de monjas; cariño envenenado. Sé que no hay más que buenas intenciones en su
breve carta y sin embargo, hago lo que puedo por sacar el arpón de mi costado.
Afuera hace un día color coleto. Ese gris de agua sucia de
fregona que apesta levemente si te inclinas sobre el cubo. Entonces llego a una
conclusión: No, no me conmociona. Lo que ocurre en mi país me jode. Me jode que mi madre consiga anaqueles vacíos y
tenga que hacer trampas para llevarse más de paquetes de papel higiénico. Me
jode que las pastillas de mi hermano no se consigan. Que a mi hermana la hayan
asaltado. Que mis amigos me escriban preguntándose qué hay que hacer para irse, que
mis profesores de la universidad de fotografíen sonrientes con una lata de
leche en polvo entre las manos.
Sí, me jode.Pero todavía más no poder decir una palabra. La distancia es mi sello de extranjería en el pasaporte de los ciudadanos transparentes.
Estampa #3
Entro al tuiter. Empujo con la yema del dedo la columna del
TL, incendiado a las once de la noche con las protestas en Caracas. Leo y empujo.
Las palabras estallan como flashes de una cámara antigua. Enceguecidos
fogozanos de polvo de magnesio. Balazos.
Heridos. Fiscalía. Canal de televisión.
Retirada la señal. Difundir, urgente: las estaciones de metro
están cerradas. Democracia. Maduro. Régimen.
País. Medios. Silencio. Cómplices.
Hay tantas letras mayúsculas como
gorjeos, trinos que a mí se me hacen infernales, algo así como la sinfonía
carnicera que resultaría si alguien sacudiera con fuerza una caja de cartón
llena de pollitos. Una sensación de deja
vú se manifiesta junto a las potentes ganas de abrir una cerveza que
finalmente no abro.
Esto lo he visto antes. Hace ya mucho tiempo. Gente que
sale a la calle con el cencerro de la ira, ese tintineo que avisa al lobo feroz
por dónde andan los corderitos. Y no son corderos, son personas que se han visto obligadas a convertir sus derechos en un ejercicio aeróbico. Gente que camina para que no la pisen... más. El resultado es el mismo, esa carnicería doméstica. El calor de hogar que abrasa todo a su paso con su vapor de infierno y hornilla.
Siento
un eco raro, un viento áspero. No sabría explicarlo. Una verdad que es verdad,
pero acaso inflamada, ceniza, fría, así como han de saber los garrotazos en la
boca con un tubo de metal. Y entonces lo entiendo. Es eso eso, justo eso: la letra
que separa el invierno del infierno.