Madrid. Verano del año 2012. Un periodista mira su twitter
en una redacción del extrarradio de Madrid. Actualiza el historial de mensajes mientras
escucha la rueda de prensa de la portavoz del partido opositor. Se indigna la
señora. El jefe de gobierno está de vacaciones. No muy lejos la verdad, pero en
el Palacio de Gobierno, ahí justamente, no está. Acabose, exclama la portavoz, quien considera un signo de alarma
que el presidente no permanezca vigilante en la silla de su despacho. El
diferencial del bono español con respecto al bono alemán a diez años está ahora
alrededor de los 538 puntos, casi cien menos que hace 15 días. Después de que
el representante del Banco Central Europeo dijera que no haría nada por la
economía española pero que garantizaría con su presencia que las cosas en
Europa no se fueran al traste, la gente vive igual de mal, pero a los que
mandan les parece que van mejor. Por eso
esta semana no se ha convocado consejo de ministros y la prima de riesgo ha
dejado de subir. Todo esto es lo que ha ocurrido en estos días y son los
motivos por los cuales la portavoz opositora concede una rueda de prensa en la
que nadie hace preguntas, un lunes de verano, mientras un periodista mira su
twitter en una redacción del extrarradio de Madrid.
Entre los mensajes que lee el periodista que actualiza su
twitter está uno que firma un diputado del también partido opositor al que
pertenece la portavoz que pierde los nervios por la vacaciones del jefe de
gobierno. El diputado, que en sus tiempos de ocio pincha discos y escucha
música indie, critica al partido de gobierno, al gabinete ministerial y sus
medidas de ajuste y copia en uno de sus tweets un link a un reportaje del País
acerca de la inconveniencia social de los recortes en sanidad. Remata su sesión
de tweets el joven –porque es joven- congresista con otra velada crítica al
tiempo que dedican ministros y, otra vez, el presidente de Gobierno, al
esparcimiento en estos días de sagrado e intocable periodo estival español,
grabado a sangre, fuego y fanta en el código genético de los continentes con
cuatro estaciones, a pesar de las crisis de gobierno, del euro y de la deuda.
Pensando el periodista que actualiza su twitter en una
redacción del extrarradio de Madrid en una historia para publicar en una semana
en la que poquísimas personas cogen el teléfono, justamente, porque casi toda
la ciudad –y el país entero- está, como el presidente de Gobierno- veraneando,
decide buscar en la agenda de su Smartphone el teléfono del diputado que hasta
hace poco escribía mensajes, para solicitar un entrevista. ¡Helas! Lo tiene.
Así que decide marcar. El número repica. Una vez. Dos. Tres veces. Salta la
contestadora y deja un mensaje. A los 45 minutos. El joven diputado,
visiblemente molesto, devuelve la llamada a la redacción. Pregunta quién le ha
llamado. El periodista se identifica. Dice quién es y qué desea. El diputado,
menos afable que en sus mensajes de microblogging, se explica. Está fuera de
España. Está de vacaciones. No da más detalles. Es obvio que está molesto.
Cuando el reportero se disculpa por interrumpir sus vacaciones y habla de
llamarle más adelante, el diputado, le remite a su asistente. Bien, dice el
periodista. Bien, dice el diputado.
El periodista cuelga, descorazonado. Ha perdido una historia
para contar.
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