martes, 22 de mayo de 2012

¿Imaginan los matadores cuando caminan como garzas?


_
                                                                                      Concha González Colilla
A Concha, por otra tarde como ésta 

La luz no va a retroceder en Sol y sombra esta tarde; los rayos no han llegado siquiera hasta el tendido y no lo harán. Una nube pesada y gris cubre por completo la plaza. El festejo aún no comienza y el agua cae con fuerza sobre las gradas de LasVentas.
Desde la fila 25 del Tendido 2, la arena luce blanda, boba como una Fontaneda, y toca esperar a que el ruedo entone un color más vivo. Los músicos de la banda afinan a destiempo sus instrumentos. Y por encima de las andanadas quedan las nubes negras. A veces golpea el viento con raro olor a tripas y puros. A las siete y cuarto asoma el Alguacil. Avanza el pasodoble y el paseíllo. La corrida ha comenzado.
En su Muerte en la tarde (1932), escribió Hemingway, quien sintió por los toros lo que con el vino -un amor expansivo y furioso- que en los toros no sólo se aprende a ver el peligro, sino también a estimarlo. Algo de eso murmura la plaza esta tarde -hoy más que otras veces-.

"Escribió Hemingway que en los toros no sólo se aprende a ver el peligro, sino también a estimarlo"
El ruedo se ha vuelto un raro pozo pardo, demasiado baboso y movedizo. El primer ejemplar, de seiscientos kilos, sale trotón a despeinar la arena encharcada. El cielo se antoja furioso y el Fundi, primer matador de la tarde, más que irascible parece decepcionado. Lo será aún más su breve y deslucida faena de fin de carrera.
La primera bestia de la tarde,  perdonada por el descabello de la mala puntería, es arrastrada por las mulas hacia el desolladero. Un largo surco rojo marca el camino que deja su cuerpo en trecho hacia las puertas. Suena, creo, Amparito Roca, y algo que podría ser un látigo despide a las bestias hacia el callejón.
El agua cae invariablemente sobre el ruedo empozado. Las bombillas insisten en hacer más inquietas las lentejuelas de la chaqueta de José Ignacio Uceda Leal , un madrileño de Usera que tomó la alternativa y la confirmó hace 16 años en esta plaza y que ahora se pasea por su centro con un traje color oro y azul rey.
¿Qué piensan los toreros cuando caminan como garzas sosteniendo su capa, en el centro del plaza? ¿Imaginan los matadores? ¿A quiénes se reservan cuando se mueven en círculos frente al toro prieto que resopla antes de bailar entre verónicas?
Un trueno recuerda el humor del cielo, que se antoja ahora sí furibundo. Entra el tercio del picadores, con su corbata negra de tirilla, su chaqueta bordada y la espalda erguida sobre el caballo de talla imposible. Miro la corrida desde arriba, desde donde viene el agua, y continúo preguntándome, ¿qué piensan los toreros, cuando caminan como garzas?

" ¿Imaginan los matadores? ¿A quiénes se reservan cuando se mueven en círculos frente al toro prieto que resopla antes de bailar entre verónicas?"
El tendido siete gruñe. La plaza entera riñe, como de costumbre,  al picador. Vale ya. ¡Que te lo cargas! La sangre bruñe la piel del toro, que ahora brilla en rojo bruto sobre el pelo oscuro. Me gusta ver el lomo abierto y jadeante del animal. Disfruto del silencio que está a punto de aparecer tanto como de los ribetes borgoña con los  que comienza a teñirse la arena al contacto de la lluvia con la sangre.
Los banderilleros ejecutan su tercio, y como de toros sé lo que voy aprendiendo, echo en falta, como siempre en estos momentos, a David Fandila, el Fandi. No he podido soltar el paraguas desde que comenzó la corrida, pero tampoco he notado mayormente el esfuerzo al sostenerlo. No sé qué hora es. Tampoco me interesa.
Aún no se esconde la luz de la tarde y la que proyectan las bombillas de la plaza brilla lo suficiente para arrancar destellos del traje de Uceda Leal, que avanza serio, chulo, con las piernas lentas, el capote en mano, llevando al toro ahí, al centro de la plaza, donde quiere torearlo. Las Ventas va despertándose en aplausos y un trueno cierra la ovación como un aviso.
Uceda Leal va a corregir la tarde. La que hasta ahora ha sido poca y pésima. Llueve a cántaros y la cabellera y el traje entero del torero reciben el agua, que arrecia justo en el momento en que comienza la muleta y con su hipnosis de pases y brega. Justo en el centro de la tarde, cuando el negro animal y el lustroso matador parecen el broche de una rara y brillante diadema.
Y es ahí, justo ahí, en el momento previo al segundo trueno cuando todo brilla. La espada al fin descubierta, la cabeza humillada y oscura,  la brecha del lomo abierto, la arena sobre la que el agua de pronto se hace cristalina y los ribetes rojos producen que, al final de la tarde,  la sangre parezca más sangre y el peligro no sólo luzca real sino hermoso. 
Y entonces me pregunto… ¿En qué piensan los toreros cuando caminan como garzas sosteniendo la franela roja de su capote?¿Adónde viajan los matadores, en el centro de la plaza, al final de la tarde? ¿Adónde?

3 comentarios:

  1. Gracias SuperK por revivirme las sensaciones de una tarde tan especial y por compartir la hipnosis de la fiesta de los toros.
    Tienes razón, qué difícil es escribir de toros, qué difícil es expresar lo que te hace sentir.
    Mil gracias y mil besos.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Concha. Muchísimas gracias María Antonieta. Un abrazo enorme para las dos.

    ResponderEliminar