_
Concha González Colilla |
A Concha, por otra tarde como ésta
La luz no va a retroceder en Sol y sombra esta tarde; los rayos no han llegado siquiera hasta el tendido y no lo harán. Una nube pesada y gris cubre por completo la plaza. El festejo aún no comienza y el agua cae con fuerza sobre las gradas de LasVentas.
Desde la fila 25 del Tendido 2, la arena luce blanda, boba
como una Fontaneda, y toca esperar a que el ruedo entone un color más vivo. Los
músicos de la banda afinan a destiempo sus instrumentos. Y por encima de las andanadas
quedan las nubes negras. A veces golpea el viento con raro olor a tripas y
puros. A las siete y cuarto asoma el Alguacil. Avanza el pasodoble y el
paseíllo. La corrida ha comenzado.
En su Muerte en la
tarde (1932), escribió Hemingway, quien sintió por los toros lo que con el
vino -un amor expansivo y furioso- que en los toros no sólo se aprende a ver el
peligro, sino también a estimarlo. Algo de eso murmura la plaza esta tarde -hoy
más que otras veces-.
"Escribió Hemingway que en los toros no sólo se aprende a ver el peligro, sino también a estimarlo"
El ruedo se ha vuelto un raro pozo pardo, demasiado baboso y movedizo. El primer ejemplar, de seiscientos kilos, sale trotón a despeinar la
arena encharcada. El cielo se antoja furioso y el Fundi, primer matador de la
tarde, más que irascible parece decepcionado. Lo será aún más su breve y
deslucida faena de fin de carrera.
La primera bestia de la tarde, perdonada por el descabello de la mala puntería, es
arrastrada por las mulas hacia el desolladero. Un largo surco rojo marca el camino que deja su cuerpo en trecho
hacia las puertas. Suena, creo, Amparito
Roca, y algo que podría ser un látigo despide a las bestias hacia el
callejón.
El agua cae invariablemente sobre el ruedo empozado. Las
bombillas insisten en hacer más inquietas las lentejuelas de la chaqueta de
José Ignacio Uceda Leal , un madrileño de Usera que tomó la alternativa y la
confirmó hace 16 años en esta plaza y que ahora se pasea por su centro con un
traje color oro y azul rey.
¿Qué piensan los toreros cuando caminan como garzas sosteniendo
su capa, en el centro del plaza? ¿Imaginan los matadores? ¿A quiénes se
reservan cuando se mueven en círculos frente al toro prieto que resopla antes de bailar entre verónicas?
Un trueno recuerda el humor del cielo, que se antoja ahora
sí furibundo. Entra el tercio del picadores, con su corbata negra de tirilla,
su chaqueta bordada y la espalda erguida sobre el caballo de talla imposible.
Miro la corrida desde arriba, desde donde viene el agua, y continúo preguntándome,
¿qué piensan los toreros, cuando caminan como garzas?
" ¿Imaginan los matadores? ¿A quiénes se reservan cuando se mueven en círculos frente al toro prieto que resopla antes de bailar entre verónicas?"
El tendido siete gruñe. La plaza entera riñe, como de
costumbre, al picador. Vale ya. ¡Que te lo cargas! La sangre bruñe la
piel del toro, que ahora brilla en rojo bruto sobre el pelo oscuro. Me gusta ver
el lomo abierto y jadeante del animal. Disfruto del silencio que está a punto
de aparecer tanto como de los ribetes borgoña con los que comienza a teñirse la arena al
contacto de la lluvia con la sangre.
Los banderilleros ejecutan su tercio, y como de toros sé lo
que voy aprendiendo, echo en falta, como siempre en estos momentos, a David Fandila, el Fandi.
No he podido soltar el paraguas desde que comenzó la corrida, pero tampoco he
notado mayormente el esfuerzo al sostenerlo. No sé qué hora es. Tampoco me
interesa.
Aún no se esconde la luz de la tarde y la que proyectan las
bombillas de la plaza brilla lo suficiente para arrancar destellos del traje de
Uceda Leal, que avanza serio, chulo, con las piernas lentas, el capote en mano,
llevando al toro ahí, al centro de la plaza, donde quiere torearlo. Las Ventas
va despertándose en aplausos y un trueno cierra la ovación como un aviso.
Uceda Leal va a corregir la tarde. La que hasta ahora ha
sido poca y pésima. Llueve a cántaros y la cabellera y el traje entero del
torero reciben el agua, que arrecia justo en el momento en que comienza la
muleta y con su hipnosis de pases y brega. Justo en el centro de la tarde,
cuando el negro animal y el lustroso matador parecen el broche de una rara y
brillante diadema.
Y es ahí, justo ahí, en el momento previo al segundo trueno
cuando todo brilla. La espada al fin descubierta, la cabeza humillada y oscura, la brecha del lomo abierto, la arena
sobre la que el agua de pronto se hace cristalina y los ribetes rojos producen que, al final de la tarde, la
sangre parezca más sangre y el peligro no sólo luzca real sino hermoso.
Y entonces me pregunto… ¿En qué piensan los toreros cuando caminan
como garzas sosteniendo la franela roja de su capote?¿Adónde viajan los
matadores, en el centro de la plaza, al final de la tarde? ¿Adónde?
Gracias SuperK por revivirme las sensaciones de una tarde tan especial y por compartir la hipnosis de la fiesta de los toros.
ResponderEliminarTienes razón, qué difícil es escribir de toros, qué difícil es expresar lo que te hace sentir.
Mil gracias y mil besos.
Buena crónica
ResponderEliminarGracias Concha. Muchísimas gracias María Antonieta. Un abrazo enorme para las dos.
ResponderEliminar