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Es la primera librería de un recorrido que tendrá doce paradas, según
ha entregado la agenda de prensa de la Casa Real. Son las doce y cuarto
de un viernes sin lectores. Abundan los curiosos –señoras, casi todas
mayores de setenta- y estudiantes dispuestos a no permitir que el
Ministro de Educación José Ignacio Wert inaugure la
Feria del Libro de Madrid -al menos no sin algo de bochorno-.
La
Princesa Letizia
intenta ver las novedades. El calor, los ministros trajeados de
riguroso negro y raya diplomática, y los guardaespaldas no se lo
permiten. En la caseta de la
Librería Muga, la Princesa de Asturias busca un ejemplar. Quiere llevarse
Libertad, de
Jonathan Franzen.
Uno de los dos jóvenes libreros que lleva el negocio apenas tienes que
buscarlo, está a la mano. Ha sido la novedad estos meses entre los
lectores cultos y los suplementos literarios.
A
diferencia de los demás expositores y colegas, los libreros de Muga no
regalaron las novelas a los príncipes. 'Me parece justo que los
compren', dijo el librero.
“Es la selección de alguien que lee”, dice el librero de la
caseta 126.
En ésta, a diferencia de las casetas institucionales donde ya han
estado sus altezas, nadie les obsequia con ejemplares. Lo que quieran
tendrán que comprarlo. “No me parece que tengamos que regalar nada, no
somos una editorial, no tenemos que hacer promoción. Nos parece más
adecuado que lo compren”, dice el joven librero de barba espesa que
atiende al otro lado de una mesa llena de libros.
Alrededor, en el
Paseo de Coches del Retiro,
un grupo de exaltados estudiantes defiende la Universidad Pública e
increpa al ministro sobre los recortes. Wert, como es costumbre, pasea
con sonrisa torera. No presta atención a la lluvia de cánticos que le
corta el paso.
“¡Menos policía y más educación. Menos policía y más educación!”.
Vestido con un traje claro a juego con su metro noventa a lo De Gaulle,
el Príncipe de Asturias
examina, también, las novedades editoriales. Él, a diferencia su mujer,
no mira las carátulas con los ojos vacíos. Algo de vida hay dentro de
sus cuencas nobles y razonablemente campechanas. Ríe Felipe de Borbón.
Habla sobre la crisis y pregunta por un libro que le sirva de guía en
estos tiempos de estragos.
El librero se decide por
Michel Houellebecq, lo más granado y venenoso que han dado de sí las letras francesas en los últimos 20 años. Tras su publicación, sus novelas
Las partículas elementales y
Plataforma se convirtieron en hitos de la nueva narrativa francesa de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Citando a
Wikipedia,
tal y como lo haría el francés en su paródico y último libro –el que el
Príncipe está por llevarse-: “ambas le otorgaron cierta consideración
literaria pero también dieron lugar al llamado
fenómeno Houellebecq, que provocó numerosos y apasionados debates en la prensa internacional”.
Sobre
uno de los autores más políticamente incorrectos, el librero
manifestó: "El Príncipe me pidió algo que hablara de la crisis y este s
un libro que habla sobre el fin del capitalismo. Podría gustarle, ¿a que
sí?”, dijo con una sonrisa irónica.
Lo que se llama el «fenómeno Houellebecq» es una especie de existencialismo a la inversa; un
estar en contra todo sin entusiasmos ni militancias. Un pensamiento políticamente incorrecto, decidido a hacer trizas
los buenismos
occidentales, revelaron al Goncourt, según algunos, como a un escritor
xenófobo, decadente y misógino. Una literatura dura que puede por igual
sacarle los colores a un lector conservador. Corrección. A cualquier
lector.
“Nunca le habría recomendado
Las partículas elementales ni
Plataforma –dice el librero-. Me pidió un libro que hablara sobre
la crisis y me pareció que Houellebecq era apropiado”, afirma uno de los responsables de la
Librería Muga
con una naturalidad que, o es así, como las risotadas que no suenan, o
simplemente intenta tomar el pelo al periodista que husmea en los restos
de una visita oficial. ¿Houellebecq? ¿Houellebecq para un heredero a la
corona española? “Creo que sí. Es un libro que habla sobre el fin del
capitalismo. Podría gustarle, ¿a que sí?”.
Al momento de rematar faena, los libreros llevan la mano a la caja.
Los Príncipes se ven obligados,
ay Dios,
a llevarse las suyas a los bolsillos y a pagar dos ejemplares que,
parecían, contarían como regalo de la visita oficial. ¿En qué tiempo
leerá el Príncipe
Mapa y Territorio? ¿Disfrutará de las ácidas estampas de Jed y sus fotografías de la guía Michelín o del mano a mano
Jeff Koons/ Damien Hirst?
Una
mujer de edad mayor ha logrado colarse entre los curiosos. Lleva una
libreta y apunta con cuidado cada una de las cosas que ve a lo largo de
la visita real. Se acerca a la
Princesa de Asturias,
que la escucha con una atención robótica. “Princesa… es usted muy guapa,
la he estado siguiendo toda la visita, toda, toda la visita. He
apuntado los libros que le han regalado y las cosas que ha dicho”.
Uno de los guardaespaldas intenta tirar del brazo de la mujer. La
Princesa Letizia le pide que la deje. Escucha, asiente, sonríe con unas comisuras extrañas, convincentes pero
no tanto:
“¿Está haciendo usted una crónica de la visita?”, pregunta la Princesa
que hasta hace ocho años atrás presentaba los informativos de la Uno. La
mujer y ella charlan algo más. Mejor dicho. Ella habla son parar a su
Alteza. La mujer quiere hacerse una foto. Lleva la cámara preparada.
Seguridad no lo permite.
Son casi la una de una mañana calurosa.
El Ministro de Educación no suda. No derrama ni una delgada gota de sudor, como mucho se asoma sobre el delgado hombro de la Princesa de Asturias para
olisquear
qué libros mira su alteza. A su alrededor, los estudiantes le
acompañan, fieles, para hacer de su visita un inolvidable paseíllo entre
libros, árboles e insultos.
Los Príncipes han comprado sus primeros libros del día; los libreros han vendido los suyos. La mañana no pinta mal y
Houellebecq viaja, en la bolsa de un edecán a la biblioteca de un Príncipe de los que el autor de
Mapa y territorio seguramente escribiría barbaridades en algunas las páginas que le han valido la fama y la controversia.