domingo, 15 de enero de 2012

Ya sólo habla...

Leí ese libro hace dos años. Su protagonista parecía sentirse comedidamente heroico y a sus lectores nos venía bien saber que en esa historia no había finales perfectos, sino finales, los que existían incluso antes de que el libro comenzara .

Hoy viene a mi memoria y no sé porqué, tampoco para qué. Sólo viene, como una brisa. A eso me atendré, al viento seco de quien no sabe dónde colocar su mente en una tarde de domingo. Así que hablaré de él, de Sebastián porque me gustaría que le conocieran .

Sebastián parece un hombre de mediana edad. Diría yo que cercano a los 40. Se ha divorciado; y no de cualquier forma. Tampoco nos la van a contar. Pero sabemos que lo que sea que le haya ocurrido, no ocurrió de una forma convencional.

Sebastián es un romántico a la centroeuropea, un melancólico aficionado a la costumbre de morirse de amor, por poner un listón que se parezca al drama y la comedia de su vida en esta historia. Eso, me da por pensar, que es este hombre.

Me gustaría recordarle más y mejor, pero lo he dicho ya, leí este libro en primavera de 2010. Lo que escribo sobre él lo hago de memoria, repasando en Sebastián los personajes con los que volvería a pasar horas enteras, por el gusto de saberme, como ellos, perdedores de algo.

Sebastián ha perdido una mujer, la más importante de su vida, quizás, pero a diferencia de otros héroes, Sebastián no se moverá, no dará un paso adelante sin conocer cuáles son los pasos que lo han llevado hasta allí, hasta el centro de una pista de baile.

Sí, una pista de baile, en la hermosa recepción de una embajada, a la que Sebastián asiste y en cuya orilla se queda, sin moverse.

Sebastián no baila, no sabe cómo y sin embargo algo le empuja a acercarse a una mujer –esa que vamos a ver bailar- como si en verdad pudiera, bailar o amarla. Sebastián se entrega a sus fracasos con esmero, haciéndolos más hermosos. Ha de ser por eso que lo recuerdo.

El escritor que escribió a Sebastián dice preferir la parodia, incluso por encima del respeto. A veces le creo, a veces no. Sus personajes me resultan tan risibles como entrañables, tan propios como prestados, aunque haya gente que no le parezca.

Sebastián, su personaje, nuestro personaje ahora, visita su desgracia como quien va a la feria, con el entusiasmo de quien quiere subirse a todos sus cacharros. Y si para ello los sentimientos han de ser una pista de baile, un gran escenario, Sebastián así lo escoge, para quedarse de pie, iluminado por el foco de quien capaz de contar su historia para que la recordemos, aunque pase el tiempo, aunque no nos pertenezca.

Es domingo, por la tarde, dije ya. Llueve y me muero de frío y sin embargo, algo pasa, que me da por acordarme de alguien que, justamente, parece castigado por si incapacidad de olvidar.

Porque en el fondo, creo, el tono lo es casi todo. Aquí, también.

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