lunes, 26 de septiembre de 2011

Summertime (Primera entrega)

_


De pronto, me quedo sin excusas, a solas ante esa puerta. La voz calla, de golpe, en mitad del estribillo. Entonces me entra la paranoia… ¿Puede verme quien canta? ¿Acaso me adivina, respirando, al otro lado de la puerta? ¿Puede una voz oler? ¿Puede una voz acercar a una presa hasta su cueva..? ¿Puede…? La hendidura de la puerta que al comienzo me parecía del tamaño de una pelota de fútbol ahora me resulta más grande, más profunda. Mirándola bien, parece un cabezazo. Y a media que lo compruebo, doy un trago fuerte de saliva. Nadie atraviesa la primera planta. Nadie se asoma. Me alejo, de a poco. La puerta podría estar abierta. Podría no tener pasador. Podría esconder tras de sí algo terrible. Retrocedo, tratando de deshacer el camino, de borrar mi presencia como quien dispersa un olor batiendo las manos. Pero mi rastro ya está en el aire y mi silencio ocupa tanto espacio como mi cuerpo. Soy el intruso en esta campiña de antidepresivos, gritos y baldosas blancas. Si esa mujer sabe que la escucho, ¿reaccionará como los animales? ¿Lo hará con miedo y furia? ¿Me morderá … para arrancarme el corazón de un bocado y huir con él entre sus dientes? ¿Los arpegios que escuché hasta hace un momento son los de la voz de la locura llamándome de apoco como lo hace la ira con los vengadores? El silencio comienza a durar más de lo conveniente, se extiende hasta dejar de parecer una amenaza. Dura hasta echarse a perder... De haber echado a correr, debí de haberlo hecho hace ya tiempo. Correr fuerte y locamente hasta perderme por los pasillos de la planta uno, hasta dar de bruces contra un jonkie o una enfermera. Correr y correr, hasta llegar a la espartana habitación de cama individual y ventanas con rejas en la que habito desde hace unos meses. De haberlo hecho, de haber decidido huir, tendría que haberlo hecho hace ya un rato. Pero no. Ni lo hice ni parezca que vaya a hacerlo. Avanzo los dos pasos que retrocedí. Me acerco a la puerta, lo suficiente. Retomo la silueta de lo que ahora estoy segura es un cabezazo. Golpeo, primero una vez… Toc. El silencio continúa, se esparce como una desilusión ¿Se habrá cansado de cantar? ¿Decidiría darse la vuelta, aburrida, la mujer de aquella voz? Sé de mujeres que han hecho de su hastío verdaderos recitales. Sé de ellas tanto que preferiría olvidarlo. Las que escriben porque se aburren. Las que de tanto dar vueltas sobre su silencio acceden al momento lúcido de acabarse. Las que, sordas de tanto fastidio y derrota, se rebanan las muñecas o cometen una locura. Entonces insisto, por si acaso. Golpeo, de nuevo, esta vez con más decisión. Toc. Pero nada pasa… Entonces comienzo a sentirme más loca, más demente y extraviada que el resto de quienes habitan este lugar. Más sola y absurda que hace unos meses. ¿Aluciné el Summertime que me hizo salir de mi habitación de puertas abiertas para bajar tres plantas? ¿Me trajo mi aburrimiento hasta aquí? Por este pasillo he visto pasar decenas de mujeres. La que quemó su casa porque así se lo dictaron las voces vikingas de sus sueños. La que toca a las puertas del comedor, todos los días, a la misma hora, para preguntar si por ahí ha pasado Amador. La que se come la punta de los cabellos hasta babearse completo el pijama azul. La que profiere insultos como quien reparte sal sobre una ensalada. La otra, la que saca de su bolsillo un puñado de lentejas para contar las mismas diez veces los mismos treinta granos. He visto muchas mujeres locas. Pero sé, porque lo sé, que no soñé esa voz. No la soñé, a alguna de ellas tiene que pertenecer. Alguna de ellas debe de creerse, porqué no, la Bess que canta a un niño inexistente para que duerma con sus nanas. Y me quedo aquí, esperando a que ocurra de nuevo su voz. Me quedo, a la espera. Me quedo y golpeo, de nuevo, mi toque tímido de intruso o de presa. Toc… Estoy por darme la vuelta y rendirme cuando escucho un Toc hecho con la misma y débil intensidad. Un Toc tímido y vacilante. Un Toc que parece un sonrojo. Respondo al toque con otro, algo más fuerte. Y entonces brota de la manera, otra vez, la respuesta. Toc. Toco yo, dos veces más. Responde quien habita detrás de esa puerta. Toc, toc. Y a la manera de un espejo imposible, alguien me sigue de oídas, alguien se refleja en la madera de un pino muerto. Toc, toc, toc, pruebo. Toc, toc, toc, me responde. Vuelvo a mirar la hendidura, profunda, sobre la superficie de la puerta. ¿Me advierte algo este cráter? ¿Sabe cosas que yo ignoro? ¿Quién imprimió ahí la huella de su frente y por qué? Me demoro. Miro la puerta, como pidiéndole que me susurre qué debo hacer, qué debo decir ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario