jueves, 5 de mayo de 2011

Espeto o el naufragio adecuado

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Tengo los labios salados; la piel tensa, algo hecha, bajo el sol del mediodía. Un olor caliente, a madera quemada, sopla fuerte desde las barcas de los espeteros. Una cabeza de sardina me mira, me suplica, que no sorba sus ojos hasta el final. El trago de vino dulce rompe un trozo de sal gruesa dormida en mi lengua. El ruedo de mis pantalones aún está mojado. No llevo zapatos, tampoco teléfono. Y en esta playa sin nubes, este es el naufragio adecuado.

Soy un viajero vulgar. Lo compruebo hoy con el sabor amargo de las tripas de una sardina que como con las manos y que no se toma siquiera el trabajo de juzgarme. La sardina sacada de una estaca a la brasa. Un souvenir sobre un plato blanco bajo el sol. El pez derrotado por las olas y el fuego que un hombre atiza desde hace 67 años.

No sé su nombre. No lo pregunté. Recuerden, soy un viajero vulgar. El hombre vestía una camisa de puños almidonada, lisa, perfecta -casi una bandera-, a juego con un pantalón azul marino, cinturón oscuro, mocasines y una gorra beige. Su piel era color almendra bajo una película roja de años de sol. Su cabello blanco. Casi plata. Tenía 81 años y un grueso anillo de oro en el meñique de unas manos gruesas, llenas de sal gorda y el agua empozada de una bandeja repleta de sardinas.

Su puesto es el primero de los diez o quince –no sé- que llenan el paseo marítimo del Rincón de la Victoria, en Málaga. Una barca enana llena de arena humea con pescados clavados en cañas. Curioseo su chiringuito. Hago preguntas obvias. El olor a sal y madera quemada se unen en una potente y calurosa bruma, o una infancia. No sé.

En un día de verano pueden llegar a asarse entre cien y ciento veinte kilos de sardinas, dice este hombre de trancado acento. No le he visto llevarse las manos al rostro ni beber agua. Tampoco ensuciar su camisa. A su alrededor, los platos blancos entran y salen. Platos blancos para viajeros vulgares.

El arte de espetar, que este hombre conoce muy bien –se dedica a esto desde los catorce años- es ingrato. O eso dice él. Ya nadie se dedica a esto. Suelta mientras atraviesa el vientre blanco de una sardina con una caña. Normalmente, dice el espetero, en verano la temperatura alcanza 40 grados. Cerca de los carbones puede subir unos diez grados más –acércate, acércate y comprueba, dice- …

El año pasado, el premio al mejor espetero lo dieron a un chico marroquí. Eso me dice la baquiana que me ha traído hasta aquí para apoyar los argumentos del hombre de piel roja y manos destripadoras. Es un oficio muy ingrato… repite, sin derramar una víscera sobre la tela de su camisa de rayas marineras.

Si la piel de este hombre no miente –los surcos de su rostro son profundos como la vida de alguien de 81 años-, comenzó a espetar en 1944. Un año antes de que los aliados derrotaran a Hitler. Tres antes de que firmara la declaración de los Derechos Humanos. Y casi seis desde que Franco ganara la guerra. Cardúmenes enteros. Generaciones de españoles, entonces supongo no tan pudientes, y de viajeros menos vulgares que yo. Cuántos naufragios en la humareda. Cuántas vísceras sin derramar, sobre los mismos platos blancos.

Me alejo del chiringuito, avergonzada. Miro mis manos inútiles. Demasiado cuidadas e inexpertas; analfabetas de cualquier oficio. El ruedo de mis pantalones continúa húmedo. A mis espaldas, una nube de madera quemada me sala las escamas. Me dirijo, despacio, en dirección a mi plato blanco. Al centro de mi diana. No llevo zapatos, tampoco teléfono. Y en esta playa sin nubes, este es el naufragio adecuado.

6 comentarios:

  1. Una descripción que no se queda en los detalles obvios sino que va más allá y escudriña aquello que las almas callan pero con el tiempo resuelta claro a los ojos del buen observador...A veces es necesario naufragar para rehacernos...

    Saludos,

    Ophir

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  2. Gracias Ophir, aunque es inevitable sentirse como un forastero impertinente.
    Un abrazo
    La KSB.

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  3. Parece que estuvimos pisando la misma arena!aunque seguro que perdimos distintos tesoros en el naufragio...

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  4. Gracias. A mí me gusta tu nombre: i*- La que baila con Lobos.
    Me gusta, definitivamente.

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