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Organizo mi vida como me lo permiten las pinzas de colgar la ropa. Reparto trampas para ratones en las estanterías y coloco entre sus pinzas un coqueto queso con el que habré de pillarme los dedos. Ordeno cientos de veces los cajones que ya había ordenado la semana pasada y vuelvo a conseguirme con los mismos papeles que aún no he terminado de leer. El cónsul parece de piedra cuando debería ser de papel, y Bess, que debería estar cantando ya en Catfish Row, se me queda afónica en la primera cuartilla de una pantalla que, no me explico cómo, está siempre inmunda de polvo. A veces salgo los martes, pero trasnochar a mitad de semana no hace mayor diferencia. Corazoncitos de tetrabrick en una escalinata con Vespino. Los vagones son siempre los mismos vagones. Subiendo o bajando. Prefiero la calle y los goles. Prefiero la acera aunque no tenga a nadie a quien hablar mientras la cruzo. Ya no tengo músicos favoritos ni escritores de cabecera, excepto un famoso impermeable azul y una señora que se quita un guante y un collar de diamantes ante una multitud de caballeros que le arrancarían el largo vestido negro a dentelladas. He puesto una mesa de colores, con la sensación de que los años de la cubertería se habían perdido junto con los marcos y los saludos. Me siento a la mesa y es cierto. Se han ido. Lejos, de aquí.
el mantel-palestina me resulta conmovedor...
ResponderEliminarcomparto tantas frases... me quedé con la primera y me hubiera gustado quedarme con muchas más, pero son tuyas
ResponderEliminarRoque... todas tuyas.
ResponderEliminarGrossomodo... ja ja ja, si supieras. Ja ja ja ja ja
tengo que regalarte más elefantes...
ResponderEliminary a la merche le gusta ese mantel por que es rosado... no faltaba mas ah!
ResponderEliminar¡CHase yo quiero otro elefante, sí! En especial porque tengo pendiente oytro post al respecto!
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