lunes, 7 de marzo de 2011

Las otras cañas de Samuel en La Latina

Son las once y media de la mañana de un domingo con sol en el barrio de La Latina. En el número 3 de La Plaza de la Cebada, una mujer de piel blanca y cabellera rubia peinada con rastas grita, a todo pulmón: “You have the face of a fucking nigger”. “You have the face of a mother fucking nigger”. Frente a ella, un hombre alto, de chaleco rojo y piel negra, casi azul, responde, tan ebrio como ella: “I was the doorman of the best after in Dakar”. Su inglés es defectuoso e instrumental. No es suyo, como tampoco lo son esos pantalones de operario o albañil que lleva puestos.

Veo la escena con unos pasos de ventaja. Aminoro la velocidad para entrar en el Lorena-Oss. La pareja sobresale de un grupo no muy numeroso que se dedica a lo que todos a esta hora: a continuar con litronas de cerveza la fiesta de anoche. Por eso, ni él ni ella parecen los verdaderos protagonistas de esta alharaca. El alcohol habla por ellos un idioma más simple y llano, que no sobrepasa dos idea básicas. Ella sigue pensando que él es un fucking nigger y él insiste en defender que todo momento pasado fue mejor, al menos en lo que a su status se refiere.

Llevo conmigo el grueso manuscrito de la novela de un amigo. Un fajo de cuartillas DINA4 que ahora me resulta una verdadera bendición. Me permite escuchar sin ser vista. A la discusión entre Samuel -así he escuchado que se llama este alto hombre oscuro- y la chica inglesa -es británica, estoy segura- se suma otro chico negro, que no para de hablar en francés, y dos españoles. El trío hala a Samuel por un brazo; Samuel no se deja coger y se embala contra la inglesa como un carnero. Vuelve a halar el trío el rojo chaleco de Samuel, como en una faena invertida que haga desistir al toro de perseguir el caporte. Y así, la cuadrilla tira del preto ejemplar unos 100 metros, hasta la esquina con la calle Humilladero. La inglesa se queda, sola, dando palmas y manotazos en el aire. Samuel y sus banderilleros se sientan en una mesa de la terraza de El Viajero. Yo también me siento, en la mesa de al lado.

“Oye, chocolatico, tronco, que te tienes que controlar... que después la gente dice que los negritos la liáis y, en el fondo, tienen razón. Tienes que tener más... más... más...”. El chico de los piercings y las argollas de buey en la nariz y las orejas duda, busca una palabra. Lo asiste el otro, el del acento catalán. “Protocolo, tío, protocolo”. “Eso, chocolatico, ¡protocolo!”. “¿Me vas a hablar a mí de protocolo tío, de protocolo?”- dice Samuel, incrédulo- “Si yo trabajo en este negocio tío, soy un profesional, un profesional”. “Ya, pero no se te nota, chocolatico”. “Yo era el portero jefe de la mejor discoteca de Dakar, y que te quede claro”,dice Samuel, como si dándole palabras a su vida anterior pudiera hacerla verosímil.

Entre su mesa y la mía, una pareja joven de novios franceses desayuna. No se ha dado la vuelta aún Samuel y sus amigos cuando Philippe -he escuchado su nombre después, su otro amigo senegalés- entabla conversación alegremente con la chica parisina, que ríe a mandíbula batiente mientras su novio dibuja garabatos, ofuscado, con una pluma fuente. Me río un poco para mis adentros, por los celos del parisino, que complica aún más su acento al hablarle, de cuando en cuando y casi por obligación, a Philippe. Me río porque uno de los personajes del manuscrito de mi amigo, un keniata, se llama Samuel. Y me río porque el Samuel que ahora me incumbe, a mis espaldas, responde a una absurda entrevista que le hacen sus amigos españoles, se nota que conocidos durante la madrugada o la noche de juerga que recién terminó.

“Tronco, que no me importa que no me pagues las cervezas,lo que quiero es que me cuentes … A mí me interesa la diversidad de culturas, ¿sabes? ¿Tu país está cerca de Grecia y eso? ”. Samuel está ebrio, aturdido. Casi de mal humor. Y mientras el caboverdiano le explica al ibérico que el mar Atlántico y el Mediterráneo no son lo mismo, al Catalán se le ocurre la idea de que no estaría mal enseñarle a Samuel algo de catalán, porque “en su situación” todos los idiomas son buenos. “¿O no?”. “Deja tronco, que éste ha venido a España. A España, tío. ¡A España!”. “Por eso te digo, chocolatico. Que cuides el protocolo. ¿Y tú, vives mal en África?”.

Samuel dice su edad. 24 años. Una cantidad que no compagina con su rostro envejecido y ese cuerpo perdido en los pantalones de operario una talla menor que la suya. Es el menor de 9 hermanos varones ya muertos, dice. Le quedan tres hermanas. Dos casadas. “Jóvenes, muy jóvenes”. Queda una que se busca la vida, en Lyon. “En África no se vive bien, tío. En África no se vive”, dice, sin mayor aspaviento. Son las doce y media. La Latina en pleno busca un palmo dónde poner al sol sus pieles frías de invierno.

A estas alturas, el novio de la parisina ya no encuentra espacio libre dónde dibujar una espiral más. Entretanto Philippe explica a la chica,muy animada con la charla, porqué los españoles llaman a los franceses gabachos. “Ya lo sabía, ya lo sabía. Eso lo sabe todo el mundo”, refunfuña el celoso dibujante mientras la bilis y el sentimiento colonizador delatan su antipatía por el avance de terreno de su oponente.

“Pero chocolatico, mira, no puedes hacer lo que haces”. Vuelve el banderillero, el fiel moscón de Samuel. “Si quieres trabajar en este país tienes que...”. Siento un brusco movimiento de botellas y vasos. Quiero darme la vuelta, pero me he prometido ser discreta en este paseo que ya casi llega a los 90 minutos. Me giro, suavemente, mientras escucho a un Samuel harto ya, de tanta cháchara. “Mira, no me vas a venir tú a hablar a mí de modales, ¿oíste? ¿oíste?”. Samuel sostiene por la camiseta al chico del aro en la nariz. Le habla cerca, muy cerca. Los músculos de sus mejillas están en tensión. Los míos también. Aunque en el fondo, muy en el fondo, desearía que le propinase un sólo puñetazo en el centro de la cara. Para seguir bebiendo nuestras cervezas, bajo el tibio sol de marzo. Que aunque lo parezca, no es amable... con nadie.

“¿Qué pasa negrito? Si te lo digo por tu bien. ¿ves? Después viene gente como mis padres, y dicen que vosotros los negros venís a liarla y ¿quién los convence de lo contrario?... El protocolo, chocolatico”. Philippe deja por un momento su charla con la chica parisina. Coge a Samuel del hombro. Susurra palabras al oído de su amigo, que vuelve a calmarse en vano, porque no le queda de otra, porque partirle la nariz al chaval no le devolverá lo que tuvo ni le traerá más de lo que tiene. Es la una menos cuarto. Philipe aún no conquista a la chica que no es su novia. Samuel no ha podido partirle la cara al españolito y yo aún no termino el manuscrito. Y la luz nos baña a todos, por igual. Triste. Infelizmente. En esta mañana de tibio sol de marzo en La Latina.

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