domingo, 12 de septiembre de 2010

Otra noche en vela (y en blanco) ¿Hablamos al respecto?


Impoluto. Sin marcas. Sin trazos ni trozos. Que no ocurra nada. Que no pase nada. O que lo que ocurra no tenga el peso suficiente para dejar huella en ninguna superficie. Esas cosas pasan. Y hay gente a la que le pagan para que no ocurran cosas. Para que las baldosas blancas de un lavabo no dejen de ser blancas, para que una multitud no desborde como ganado las salidas de los estadios o para que los pasajeros no traspasen las líneas amarillas de los andenes. Hay profesionales de la contención. Gente especializada en que no ocurra nada.
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El problema surge cuando, teniendo previsto que algo suceda, el resultado no adquiere peso suficiente para dejar siquiera una levísima huella de su paso por una blanca sábana, o una blanca tela, un folio o una noche blanca. Últimamente una nívea sensación recorre los rincones, comiéndose a mordiscos cualquier trazo. Periódicos en blanco, revistas en blanco, libros en blanco, vídeos en blanco… Un monumento al silencio que, bien confeccionado, hasta parece melodía.
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Aunque en 2009 con Rafael Doctor como comisario invitado el evento prometía un viraje, La Noche en Blanco ha vuelto a las andadas. Y se empeña en lucir cada vez más nívea. Porque no se ensucia las manos, porque trata a los museos, las performances, las plazas públicas, las fotografías, los vídeos, al arte –y a quienes van a su encuentro- con guantes. Quien se sienta a pensar estas peregrinaciones culturales -¿hay un adjetivo para el oxímoron folklore global?- lo hace sabiendo ya la respuesta.
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En el caso de Basurama –el colectivo que este año organizó la Noche en Blanco- ha quedado más que claro que no se han quitado los guantes de látex ni un solo momento, ni siquiera para intentar rozar un poco al espectador al que intentan hacer jugar con rebuscadas, y a la vez mil veces vistas, maniobras. No hablo de proyectos anteriores ni de ellos como colectivo, hablo de su capacidad para entender una ciudad. Tienen Madrid para ustedes, ¡hagan juego! (no el tonto)
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La idea pre-cocida de lo que cultural y colectivo significa ha pasado de la caducidad a la pudrición. Y cada Noche en Blanco me queda más claro que no hay mejor color que las defina. Confundir ciudad con multitud, acción de calle con aglomeración, intervención con obstrucción. Llamar cultura algo que está a mitad de camino entre lo poco y la nada. Vaya que subestimamos lo que nos rodea. Dale toboganes a la gente, ¿porqué? no sé... Pero dale toboganes, pelotas, acumula objetos sin sentido.
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De las pantallas de plasma -el complejo cosmopolita- con herméticas propuestas, o las aparatosas intervenciones de ediciones anteriores (Evacuad Madrid, 2008), a los columpios de caucho y chatarra en La Gran Vía de este año.
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Cada vez entiendo menos y me apetece más perder el habla en ciertos temas, y éste es uno de ellos. De la visita extraordinaria, de la idea de redescubrir espacios específicos en el marco de lo nocturno, pasamos a una especie de permanente discoteca, o lo que es peor, a la verbena del imprevisto.
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La convención del artefacto como sustituto del objeto (Duchamp, toc, toc), la chapuza –desde sembrar matas en la Plaza Luna (El jardín de la buena dicha, de Santiago Morilla), pasando por intercambiar ropa tendida en Las comendadoras hasta llenar una plaza de pelotas porque eso parece urbano y de paso cultural- , tiende cada vez más a confundir la acción (modificar un espacio, un contexto, una superficie) con la distr-acción, que es lo que el sábado vi a raudales.
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La piscina de pelotas de la Plaza 2 de Mayo fue suficiente para darse por servido de de tanta nocturnidad pasada por cloro. El asunto en sí era una invitación a perder la fe en los circuitos que piensan y producen ideas. Y también en nosotros, los que vamos a consumirlas.
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La escena era desoladora en la Plaza 2 de Mayo (aunque parezca poética, levísima, en la fotografía de José Alfonso publicada en ABC). Un compacto rebaño de pobladores malasañeros –gafa-pastas, pitilleros, caballeros de botellón- además de una marea de gente imperceptible –cabezas, caras, brazos, a veces un inexplicable niño- saltaba como hormigas obreras dándose pelotazos entre sí, como en una especie de rave devaluado y sin sentido.
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Si a eso agregamos que los participantes –los viandantes- se llevaban las pelotas que debían inundar la plaza y que la ausencia de balones hacía cada vez más desangelado el espectáculo de la catarsis, uno tenía la sensación de haber salido de casa a ver un episodio de Jackass financiado por el Ayuntamiento y difundido por los medios como material de consumo cultural.
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El problema, incluso, es que la noción de calle como espacio de cultura –esa práctica tan jactanciosa y cansina- dista mucho de estos bandazos que pasan de la verbena con ganas de canapé berlinés del videoarte a los parques temáticos del despropósito y la chapuza. Vaya derrame de lejía, otra vez, en Madrid. ¿Hagan juego?

¿Qué hacemos? ¿Hablamos al respecto, echamos balones fuera o le tiramos la pelota a otro? Aquí los espero.

7 comentarios:

  1. Supongo que la multitud en sí espera encontrar y recibir de un evento multitudinario pan y circo.

    La cultura, el arte y la intervencion urbana se convierten en un envoltorio bonito para que les den los permisos, que nadie se asuste y todos vayan a hacer volumen para la foto bonita en el periodico del dia siguiente que diga: Cómo somos de vanguardistas, cultos y originales!

    Al menos Sábado Sensacional era honesto, no se andaban con pendejadas si la gente gritaba Or-quí-dea, Or-quí-dia pues les daban la Orquídea... y si gritan que jode se la daban de Oro.

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  2. Germán estoy de acuerdo contigo, al menos la Orquídea... ¡Y mira que si gritaban más llegaba la de platino!

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  3. Quise decir (me quedé a la mitad de la emoción) la orquídea era más honesta y no iba de güay, era lo que era.

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  4. Me gustó lo de canapé berlinés. Quiero ser una canapé berlinesa :)

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  5. Ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja ja Rebautízate. Pasa de la canapé porteña a la canapé berlinesa. En el nombre del padre, del hijo y del dulce de leche... qué digo... En el nombre del padre, del hijo y de Win Wenders ... quedas rebautizada, la canapé berlinesa.

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  6. es como la expresión que muy bien definas de clorificación. Borrar el contenido porque estamos disociados con lo cultural. Porque lo cultural nace de lo oscuro y el oscuro nos da pánico. Y lo clorificamos, lo blanqueamos y llenamos el silencio con mucho mucho ruido para no escuchar el terrible vacío que todavía nos habita.

    maravilloso KSB, como siempre

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  7. Me gusta eso de clorificar. Tú que tienes un sentido del espacio mucho más elaborado y complejo, probablemente habrías sacado más provecho a la lectura, por ejemplo,de la plantación de flores en la Plaza Luna ... En fin...
    ¡Gracias Adriana!

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