"Soy un optimista corregido y maltratado a diario por la realidad"
Ardía de rabia y de país cuando leí el sucedáneo de lead en el twitter. Justo acababa de escribir el post que hierve unas líneas más abajo cuando supe que Carlos Monsiváis había muerto. Un viento absurdo me golpeó el estómago. Monsiváis, el escritor que más fervientemente he leído y al que con mayor apresto he perseguido, no volvería a negarse al teléfono, no huiría de una entrevista, no se haría el loco ante una repregunta, no volvería a levantar su polvareda irónica, no curvaría su ceja de burla e inteligencia. Carlos Monsiváis no volvería a escribir. Ni nosotros a leerle.
Monsiváis ya no pretenderá hacer lo mismo de siempre. Pero seguirá saliéndose con la suya. El intelectual mediático por excelencia –la gente lo detenía en la calle, para hacerse fotos con él mientras uno intentaba entrevistarle-, Carlos Monsiváis (México, 1938) era reacio a lo público, a pesar de ser él, prácticamente, consustancial a la res colectiva.
Lo suyo era la tinta, la palabra escrita. Cronista (poseedor casi de ella), crítico, periodista y ensayista, Octavio Paz dijo sobre él: “Carlos Monsiváis es un género literario”. Fue él quien iluminó un tipo de sociedad representada en ciertos íconos -el bolero, la telenovela, la lucha libre- que parecían relegados a la lógica del perolito y la plebe. Y lo hizo en su idioma, el suyo: la crónica.
Fue él quien dotó de sentido a la palabra sociedad civil, que surgió de los escombros del terremoto de Ciudad de México en 1985 (No sin nosotros). Fue él quien supo hacer del humor el escalpelo para desatar los puntos mal suturados en las heridas de nuestros Aires de Familia.
El escritor mexicano autor de Días de guardar, Amor perdido, A ustedes les consta, Los rituales del Caos y Aires de familia, y Premio de Ensayo Anagrama (2000) y Premio FIL (2006), se dejó ver en Madrid en diciembre de 2007. En ese entonces, visiblemente mayor y envuelto en algo parecido a la ironía o la indefensión, Carlos Monsiváis accedió, finalmente, a conversar. Si el caos era su catecismo, la ambigüedad parecía su ceremonia. La conversación, para el diario El Nacional, duró 30 minutos. El mexicano se zafó de todo lo que quiso y como quiso. Al terminar, me dio su dirección de correo. "Mándeme todo lo que no le he respondido por correo y le responderé, ¿le parece?".
Y así lo hice. Las respuesta llegaron, intercaladas entre mis preguntas, tres días después. Ya yo había entregado mi edulcorada versión al periódico, así que nunca las publiqué. No publiqué al Monsiváis que se permitía, acerca de la izquierda, ya no la burlona ironía, sino el desconcierto. Así que ésta, la versión faltante de la que realmente me hubiese gustado entregar, se quedó en mi ordenador -un pequeño y valioso broche- hasta el día de hoy en que he vuelto, tristemente, a buscarla para prenderla en mi solapa unos minutos y así, quizás, sentirme un poco más huérfana.
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From: Karina E. Sainz Borgo
To: cmonsiv@prodigy.net.mx
Sent: Tuesday, December 11, 2007 5:46 PM
Subject: El Nacional, Caracas: Las 3 preguntas que quedaron por hacer
Carlos, como me sugirió, envío aquí las tres preguntas políticas que le comenté.
1) Hasta el levantamiento zapatista de 1994 se pensaba que la izquierda había quedado relegada. SIn embargo, hoy se habla de nueva izquierda latinoamericana y Hugo Chávez habla del socialismo del siglo XXI. ¿Qué clase de lectura social e histórica se puede dar a eso?
R: La mayor defensa, en última instancia, del presidente Hugo Chávez es la bajísima calidad moral de un gran número de sus enemigos, y pienso específicamente en la derecha mexicana que sin siquiera tomarse la molestia de examinar la realidad venezolana, usó a Chávez en 2005 y 2006 como instrumento para oponerse y linchar mediáticamente a Andrés Manuel López Obrador, a través de una campaña de calumnias y mitomanías inadmisibles. Aparte de eso, nunca he visto siquiera delineado el proyecto del socialismo del siglo XXI, hasta ahora una consigna en el vacío como lo reconoció el propio presidente Chávez al querer explicarse su derrota reciente. No puede haber un socialismo fundado en la eternidad del poder, en Cuba o en Venezuela. La reelección indefinida contraria la salud administrativa y política de las sociedades, y lleva siempre al desastre de la repetición orquestada por un autoritarismo que se aleja aceleradamente de sus metas originales, cuando se acuerda de ellas. ¿No es suficiente el ejemplo del tratamiento castrista a los disidentes? ¿No hace unas semanas irrumpió la policia cubana con gases lacrimógenos en el anexo de una iglesia católica para sacar de ahí a un grupo que protestaba por una detención?
No me atrevo a pronunciarme sobre la izquierda venezolana, un fenómeno muy complejo que ha resistido a los dos partidos históricos que hoy no son siquiera ruinas mediáticas. Pero una izquierda que se identifica con el autoritarismo unipersonal no parece muy al tanto de las lecciones del socialismo real y de muchos de los resultados del gobierno de Fidel Castro, "la democracia de un solo hombre", el modelo elegido y proclamado de Hugo Chávez. En este punto, a mis convicciones agrego el desconcierto: creo pertenecer a la izquierda mexicana, a partir de una convicción: la desigualdad que se vive en el país es intolerable y el neoliberalismo en el poder es un sistema de entrega sin condiciones al capital financiero, a la ultraderecha, con todo y sus intentos de retorno de la teocracia, y a formas empresariales cercanas al esclavismo. Pero el tono autoritario y anti-intelectual de una parte de la izquierda de mi país me fastidia y me veta cualquier acercamiento a sus discursos, anclados en los alrededores de los partidos comunistas en 1950, y algo modificados por un tono de toma de poder para pasado mañana. Me refiero específicamente a la apología de la violencia de la ultraizquierda que ha medrado con el chantaje de la "pureza" y se ha radicalizado en el vacío. Al ver esa denigración de los ideales a cargo de una demagogía que se sacia en sus propias palabras, vuelvo a una de mis convicciones fundamentales: lo que necesita América Latina con urgencia es una izquierda racional, democrática, intransigente en lo esencial, y no reconstrucciones del culto a la personalidad.
2) De forma progresiva, durante casi los diez años de ejercicio de Hugo Chávez en el poder, ciertos mecanismos del Estado, entre ellos la cultura (cine, literatura, música, arte, etc), comenzó a amalgamarse como una especie de brazo burócrata e ideológico del chavismo; luego se sancionó una ley que obigaba a radios y televisoras a emitir determinados contenidos en lugar de otros y, finalmente, el Estado cerró un canal privado de televisión ¿encuentra similitud de este proceso con otros? ¿qué supone, histórica y culturalmente, el uso ideológico de la cultura oficial e incluso popular?
R: Un gobierno que, sin clarificar y extender su proceso educativo, sin tener un proyecto de cultura necesariamente de masas pero sin concesiones a la vulgaridad dominante; un gobierno que se cree con la legitimidad suficiente para imponer contenidos en los medios electrónicos y para clausurar estaciones de televisión, es un gobierno que hace del acoso a su desenvolvimiento el pretexto para clausurar libertades que tienen razón de ser. Al decir esto no justifico de modo alguno el despliegue neoliberal contra todo intento de enfrentarse a la desigualdad; sólo digo que la votación reciente en Venezuela prueba la gravísima equivocación de atribuirle a la autoridad dones omnímodos. El neoliberalismo, despiadadamente real, no justifica en modo alguno el show del autoritarismo, con todo y su acervo de invocaciones religiosas. En este aspecto, agradezco el trabajo de información crítica de Teodoro Petkoff.
3) Chávez ha explotado hasta la saciedad el discurso de los marginados, de los pobres, de aquellos a los que la historia debe algo. Visto así, queda populismo para rato en América Latina ¿Es Chávez su mayor predicador?
R: A los marginados y a las marginadas, a las indígenas, a los pobres, a los desempleados, a los explotados de la economía informal, a los obreros, a los campesinos, no sé si la historia, una entidad tan abstracta que no le da por pagar deudas, pero sí las sociedades les deben muchísimo, y todo el sector marginal, mayoritario, se debe mucho a sí mismo. Hablar de esto no es populismo, sino simple constatación de los hechos. No se puede a estas alturas de la desintegración del tejido social y de la intensificación de la pobreza reducir a la categoria del populismo toda la protesta, la disidencia y las movilizaciones sociales en América Latina, muchas de ellas admirables. Otra cosa muy distinta es atribuirle al presidente Hugo Chávez la dirección moral y política de la resistencia. Él es, no diré el predicador mayor, pero sí el más insistente, el que nulifica las verdades que sí dice con la mentira enfática de su actitud. No se le puede exigir que se le calle, pero sí que deje de identificar al provocador con el estadista. La izquierda latinoamericana tiene una gran meta: el combate a la desigualdad, y esto exige la racionalidad que niegan los discursos prolongados, la militarización del ánimo, la reducción de razones políticas a fuegos de artificio, y la demanda del poder unipersonal. En cuanto a la derecha, ya se sabe lo que quiere: que nada cambie para que todo siga peor, que los trabajadores carezcan de derechos, que los recursos del Estado se entreguen a la iniciativa privada (eso es lo que quieren ahora con Pemex en México), que haya educación religiosa en las escuelas públicas y que el fracaso de formas del populismo sea visto como la imposibilidad absoluta del triunfo electoral y social de una izquierda crítica.
En fin, es muy complicado juzgar desde fuera, pero para los latinoamericanos Venezuela y cualquier otro país en esta etapa de la globalización no está fuera sino clara y entrañablemente dentro. Si tengo que definir mi actitud diré que soy un optimista corregido y maltratado a diario por la realidad, y soy un pesimista mejorado también a diario por la certeza de que ningún pueblo se suicida, como pretende el neoliberalismo.
Un abrazo.
Carlos Monsiváis