Una oveja se detiene ante una valla de dos metros de largo por uno y medio de alto. No quiere ser la primera en romper la vigilia. No está dispuesta a ser la número uno, la aguafiestas del techo a oscuras. Tres tigres viajan por la M-30 –les oigo rugir- y Cristiano Ronaldo vuelve a Madrid para conocer el alcance de sus lesiones; yo también.
Vuelve el esponjoso bobino a dudar. ¿Salta o no salta? Sigue detenida en la nada, cual montoncito de algodón en medio de una campiña verde. Detrás de ella, otras cien sueltan balidos como bocinazos. Algo distrae su dilema. Entonces la oveja número uno piensa.
El delantero no juagará contra el Milan, tampoco contra el Valladolid, ni el Getafe ni el Sporting. Vaya entrada la del marsellés. ¿Contará ovejas el dorsal nueve? Hoy hará bueno. En el País Vasco las nubes son más compactas, pero en el valle del Ebro el cierzo enloquece momentáneamente. Las ovejitas nocturnas siguen a la espera del pistoletazo.
La oveja número uno aún piensa si inaugurar o no la cuenta de esta noche. Los aviones suturan historias. No tocan sus sueños, les dejan intactos cual averiado reloj. Un síndrome, una costumbre, impone sus horarios sobre el viajero que cruza el mar. El Pijoaparte reina en una nube blanca de confeti y un ventilador imaginario resfría a los jardines en otoño. Son las tres. Un esposo amoroso ronronea en sueños. El reloj hace tic. La tele apagada, tac.
Al final de la línea, la oveja número cien se adelanta al resto. Salta la verja sin consultar a nadie. Derroca la duda de la primeriza compañera, que ahora no sabe si es la primera o la ciento una. El insomnio se desinfla, la antigua número uno también. La tramontana sopla con rachas moderadas y se promete un día feliz. Alguien debía tomar una decisión.
Los jardines del número tres de Mariano de Cavia aún están florecidos y las ovejas pastan, tranquilas, en la primera planta del edificio. Nadie me pide tabaco aún. He venido a comprobar el alcance de mis lesiones. Soy yo, la oveja número cien tomando la delantera. Soy yo, la oveja número cien. Yo también he chocado contra un marsellés.
Dias de Jet lag !!!!!!!!
ResponderEliminarTal cual...
ResponderEliminarPues que la oveja se convierta en lobo. Quién no arriesga, no gana.
ResponderEliminarHola Sra. Sáinz, yo nada más paso por aquí para saludarla.
ResponderEliminarSu álgebra de ovejas me ha gustado mucho.
Un beso.
P.S. ¿Resolviste lo del libro?