miércoles, 10 de diciembre de 2008
La mano derecha de Garzón
Ha llovido furiosamente esta mañana. Mis manos están frías de tanto viento. Afuera, en la calle Génova, las hojas de los árboles se agitan y dan patadas en el aire. Llueve, furiosamente. Llueve. En el piso primero de la Audiencia Nacional, en el juzgado quinto de instrucción, van y vienen carpetas: causas con preso; procesos de instrucción; gordas e interminables diligencias; sentencias; autos de derecho. Torres de gente sobre más torres de gente. Papel sobre papel, un mar inmenso de sellos y planillas.
El despacho luce tranquilo, verde como una selva sin nombre. El juez Baltasar Garzón se pone de pie. No sabe quiénes somos ni a qué venimos, y eso qué importa, igual se pone de pie. Saluda sacando su pecho de muro, apretando su mano regordeta con fuerza. Es diestro y enérgico; de gestos graves, severos. Garzón extiende la mano y aprieta la mía contra la suya, triturándola con furiosa educación. “Buenos días”, dice. “Buenos días”, repito. De él se dice todo y en los últimos meses no hay quien regatee en insultos
El juez Garzón, de cabellos blancos muy blancos, está escuchando ópera. No es una en concreto, parece una selección. Viste un traje de raya diplomática y una corbata amarilla tornasolada. En su despacho nada tiene sentido, todo se sobrepone: los libros de Machado y las novedades jurídicas; las litografías de Picasso; las plantas verde lima; los papeles y plumas, un ir y venir de objetos para un hombre que intimida y atrae, repele e impone. Garzón cruza los brazos y nos mira a todos.
Nadie pregunta nada. Yo quisiera preguntarle todo. No llevo conmigo mi libreta, tengo las manos frías y ganas de fumar un cigarrillo. Continúa el silencio en el despacho. Garzón repasa el ambiente inflando su abdomen de peluche de feria. No espero más y me babeo de gusto ante el mediático juez. “¿Qué se siente llevar a la cárcel al mayor dictador de América Latina?”. La pregunta suena cursi. Es cursi. Soy cursi.
Garzón me mira, descruza sus brazos gruesos y se balancea sobre sus mocasines negros. “¿Eres chilena?”. No lo soy. Me reservo mi nacionalidad como si de un arma secreta se tratara. El juez habla de la inmunidad caducada del dictador; de los delitos contra la humanidad y la euro orden; repasa el aire con voz sepulturera y magnífica. Yo sólo pienso en lo pequeño que parece este hombre, este juez que manda a Pinochet al infierno y trae de vuelta a Franco para juzgarle, así sea bajo tierra.
“¿Acaso sería posible aplicar ese procedimiento de juicio a otros dictadores…?”. Garzón no me deja terminar la frase. “Que si se puede enjuiciar a Hugo Chávez, quieres decir”. Le agradezco que me exima del compromiso persecutorio y le escucho, clara y glotonamente. Todo esto parece un autógrafo jurídico, un tranquilos chicos, iré en vuestra ayuda.
Pero Garzón se pone técnico. Que no. Que no se puede juzgar al presidente, pues aún está en funciones y la inmunizadla exime. Garzón compara situaciones. A Chávez no puede juzgársele, no aún, pero a Fidel Castro sí. Una chica cubana salta al momento, Fidel aún tiene un cargo, a Fidel ni con el pétalo de una ley. Ella parece un Camilo Cienfuegos y yo una batistera exilada en Miami.
La ópera disuelve las cosas, las lleva a donde deben ir. Algunos preguntan otras cosas, cosas que Garzón ya sabe. “¿Usted, tan mediático como es, cómo lleva esto de que la prensa le destroce durante semanas?”. Y como si de una cresta se tratara, el cabello blanco del juez se eriza. Garzón saca pecho, nos mira como preguntándose de dónde hemos salido. Afuera llueve, furiosamente. Llueve.
El juez Garzón sale al paso, perezoso. Sólo lee un periódico completo y uno más, cuya lectura -según él mismo aclara- nunca puede concluir. Lo dice con voz de arcada, casi con desdén, balanceándose sobre sus mocasines negros. Su barbilla de duende brilla como una fruta de cera. Todo en él es demasiado firme.
“Disculpe, ¿cuál es el periódico que lee completo?”. Garzón vuelve sus ojos hacia mí. “Sólo puedo responderte tres cosas: es de Madrid, no es un periódico deportivo y no es El Mundo”, responde el juez, aludiendo al diario en cuyo nombre venimos y que día a día le aporrea con durísimos y a veces histéricos editoriales. Todo aquello me da vergüenza y electricidad. Tengo las manos frías y ahí está Garzón, muy orondo, ajustado en su traje de raya diplomática.
Alguien toca la puerta, una mujer con carpetas y sellos pide disculpas por la interrupción. El juez debe irse, nosotros también. Y todos nos marchamos con cara de circo averiado. Me tomo unos segundos más para mirar las litografías y repasar con los ojos a un juez que imaginé más alto.
Garzón aprieta mi mano con su derecha. La tritura de nuevo, sacudiéndola de arriba a bajo mientras habla de un caso de corrupción archivado contra Chávez por malversación durante su primera campaña. Yo sólo puedo pensar que el juez que sentó a Augusto Pinochet en el banquillo ablanda mi mano de un apretón educado y carismático. Todo aquello es raro y lluvioso.
En el pasillo crece la marea de sellos y planillas. El juez Garzón guarda su mano derecha en el bolsillo mientras retoma su silla con la izquierda. Y mientras él vuelve a su trabajo, yo regreso a la calle Génova donde aún llueve. Llueve furiosamente
El recibimiento de Garzón, casi como un besamano de la Casa Real, el misticismo, las obras de arte en su despacho, los grabados taurino, la mesa robusta... todo el misticismo que siempre ha tenido Garzón tiene su santuario en su despacho. Confirmado.
ResponderEliminarja ja ja ja ja ja ja ja
ResponderEliminarInsisto: fue más fuerte que yo. Me dejó de una pieza y eso que no admitió que sólo leía El País.
Dios! traje diplomático, corbata amarilla tornasolada y la brillantina alineando canas hacia atrás!!! qué susto, ¿no?
ResponderEliminarrayas diplomáticaaaaaaas!!!!!!!
Rayas diplomáticas!!!Socorro!!!
ResponderEliminarEstá excelente. Yo no sabía que este blog era tuyo. Sabes quien soy yo?
ResponderEliminarme dejó quebrado de una pieza
ResponderEliminarjaj, qué balanceado el Garzón sobre la tela de la araña!
ResponderEliminarEs imposible describir mejor la visita al juez más famoso del panorama mediático. Pese a no llevar tu libreta te quedaste con todos los detalles del despacho, eh?
ResponderEliminarEnhorabuena!