Barack Obama no es blanco, pero tampoco negro. No lo es su tono de piel, tampoco su discurso. Su victoria no es racial. Su posición claramente antibelicista tras ocho años de una costosísima guerra –más de un millón de muertos- podrían, también, explicar las simpatías en medio de la tempestad. Pero su victoria tampoco tiene que ver con la guerra, al menos no con una en concreto. La victoria de Obama es un asunto generacional.
El 44 presidente de los Estados Unidos no es negro, tampoco musulmán. No es africano pero tampoco norteamericano. Obama es una grieta en la que confluyen el fin de un siglo y el comienzo del otro. En su ensayo “Los Estados Unidos de Obama”, Eliot Weinberger escribió para el London Review, con respecto al duelo Clinton-Obama durante las primeras demócratas: “Ambos, en estilo y circunstancia, suponen la lucha de dos tiempos, uno el siglo XX, el otro el comienzo del XXI”.
En una lucha generacional, poco tenía qué decir un veterano de guerra de 72 años como McCain. Un hombre que, a pesar de sus oposición ante Bush, continúa siendo tan republicano como conservador. Obama representa a un siglo demasiado joven para recordar Vietnam, un siglo donde los babyboomers ya no llevan la batuta y en el que Youtube e Internet –dos de las principales plataformas electorales de Obama- han supuesto una segunda democratización tras el advenimiento de la cultura de masas.
En las elecciones del 4 de noviembre, de los 135 millones que acudieron a votar, Obama recibió más de 62 millones de votos, 53% del apoyo, y McCain 46% del universo electoral. ¿Qué significan estos datos si se miran en su contexto? ¿Qué significado tiene que un país que votó en dos ocasiones a George W. Bush desvíe ahora sus simpatías, de forma tan abrumadora, a un demócrata tocado por la polémica dentro de sus propias filas?
En su editorial del 4 de noviembre, el Times de Londres afirma que la crisis de Wall Street no hizo más que agudizar la necesidad que tenía Estados Unidos de encontrar en estas elecciones un líder que, “como Obama, pudiera merecerse el respeto del mundo”. El hallazgo de un líder, sea o no negro, musulmán, católico, en un contexto tan crítico como las elecciones de 2008 suponía, necesariamente, una revisión política.
George W. Bush llega al fin de su segundo mandato con dos guerras en marcha; un plan de rescate de 700.000 millones de dólares y una popularidad del 20%. ¿Acaso puede achacarse la victoria de Obama a la costumbre de un voto castigo? En absoluto. La participación electoral pasó de 56% en 2004 a más de 60% en 2008, la más alta desde 1908 cuando fue elegido el republicano William Howard Taft.. ¿Quiénes abultan la participación de estas elecciones? Los jóvenes y los ciudadanos que nunca habían votado.
El 66% de los nuevos votantes lo hizo a favor de un hombre de 47 años, hijo de un inmigrante africano y una mujer blanca al que líderes negros como Jesse Jackson acusaron de actuar como “blanco”; alguien que en su libro Dreams from my father se revela más cercano a la experiencia del inmigrante que a la del discurso racista, que incluso se define como “post-racial”; un hombre “hecho a sí mismo” capaz de reivindicar a la clase media al llegar a Harvard. Fue a ése, y no a McCain ni a Hillary Clinton, a quien el 66% de los nuevos votantes dieron su confianza. Alguien sin experiencia de gobierno que no debe nada al pasado.
“Mi madre tenía 18 años cuando me tuvo, así que cuando pienso en la generación de los babyboomers pienso en la generación de mi madre. Y ¿sabes?, yo era muy joven en los sesenta. Así que los temas de los derechos civiles, la revolución sexual o la guerra de Vietnam me son lejanos”, dijo Obama en una entrevista con el periodista Andrew Sullivan.
En ningún momento Obama ha hecho a un lado que apenas treinta años antes los negros no pudieran acudir a las universidades u ocupar los mismos asientos de los blancos en los autobuses. Pero tampoco centró su estrategia en ser o no más o menos negro, tampoco en ser o no musulmán, más o menos patriota. A Obama sólo le bastó una sola condición: pertenecer al siglo que corre.
El 44 presidente de los Estados Unidos no es negro, tampoco musulmán. No es africano pero tampoco norteamericano. Obama es una grieta en la que confluyen el fin de un siglo y el comienzo del otro. En su ensayo “Los Estados Unidos de Obama”, Eliot Weinberger escribió para el London Review, con respecto al duelo Clinton-Obama durante las primeras demócratas: “Ambos, en estilo y circunstancia, suponen la lucha de dos tiempos, uno el siglo XX, el otro el comienzo del XXI”.
En una lucha generacional, poco tenía qué decir un veterano de guerra de 72 años como McCain. Un hombre que, a pesar de sus oposición ante Bush, continúa siendo tan republicano como conservador. Obama representa a un siglo demasiado joven para recordar Vietnam, un siglo donde los babyboomers ya no llevan la batuta y en el que Youtube e Internet –dos de las principales plataformas electorales de Obama- han supuesto una segunda democratización tras el advenimiento de la cultura de masas.
En las elecciones del 4 de noviembre, de los 135 millones que acudieron a votar, Obama recibió más de 62 millones de votos, 53% del apoyo, y McCain 46% del universo electoral. ¿Qué significan estos datos si se miran en su contexto? ¿Qué significado tiene que un país que votó en dos ocasiones a George W. Bush desvíe ahora sus simpatías, de forma tan abrumadora, a un demócrata tocado por la polémica dentro de sus propias filas?
En su editorial del 4 de noviembre, el Times de Londres afirma que la crisis de Wall Street no hizo más que agudizar la necesidad que tenía Estados Unidos de encontrar en estas elecciones un líder que, “como Obama, pudiera merecerse el respeto del mundo”. El hallazgo de un líder, sea o no negro, musulmán, católico, en un contexto tan crítico como las elecciones de 2008 suponía, necesariamente, una revisión política.
George W. Bush llega al fin de su segundo mandato con dos guerras en marcha; un plan de rescate de 700.000 millones de dólares y una popularidad del 20%. ¿Acaso puede achacarse la victoria de Obama a la costumbre de un voto castigo? En absoluto. La participación electoral pasó de 56% en 2004 a más de 60% en 2008, la más alta desde 1908 cuando fue elegido el republicano William Howard Taft.. ¿Quiénes abultan la participación de estas elecciones? Los jóvenes y los ciudadanos que nunca habían votado.
El 66% de los nuevos votantes lo hizo a favor de un hombre de 47 años, hijo de un inmigrante africano y una mujer blanca al que líderes negros como Jesse Jackson acusaron de actuar como “blanco”; alguien que en su libro Dreams from my father se revela más cercano a la experiencia del inmigrante que a la del discurso racista, que incluso se define como “post-racial”; un hombre “hecho a sí mismo” capaz de reivindicar a la clase media al llegar a Harvard. Fue a ése, y no a McCain ni a Hillary Clinton, a quien el 66% de los nuevos votantes dieron su confianza. Alguien sin experiencia de gobierno que no debe nada al pasado.
“Mi madre tenía 18 años cuando me tuvo, así que cuando pienso en la generación de los babyboomers pienso en la generación de mi madre. Y ¿sabes?, yo era muy joven en los sesenta. Así que los temas de los derechos civiles, la revolución sexual o la guerra de Vietnam me son lejanos”, dijo Obama en una entrevista con el periodista Andrew Sullivan.
En ningún momento Obama ha hecho a un lado que apenas treinta años antes los negros no pudieran acudir a las universidades u ocupar los mismos asientos de los blancos en los autobuses. Pero tampoco centró su estrategia en ser o no más o menos negro, tampoco en ser o no musulmán, más o menos patriota. A Obama sólo le bastó una sola condición: pertenecer al siglo que corre.
Completamente de acuerdo, Obama es demasiado moderno... ¡lo tengo como contacto en el Flickr desde hace más de un mes!
ResponderEliminarEither way no podemos negar que black is the new black! :)
Pues Obama es moderno , es de un siglo que no tiene pasado, si, también es un anti-lider...dice pero no dice...todo esto y mucho más lo llevó a donde esta. Ahora sentarse a ver el próximo capítulo. Excelente Blog.
ResponderEliminarKarina, me gusta tu análisis. Mi visión difiere en algo: Obama SI es negro, y tiene otras particularidades, pero su discurso viene desde una posición superior: la inclusión es una postura que exige el reconocimiento y el auto-reconocimiento, uno no va sin el otro.
ResponderEliminarK - Me gusta que deposites tanta esperanza en este texto, tan analítico y lleno de referencias, así para no perdernos, y creo en estas verdades que escribes hoy.
ResponderEliminarLa discusión por supuesto se extiende,
besos,
Mami que sera lo que quiere el Negro! ... Mami que sera lo que hara el Negro ... Mami que sera lo que quiere el negro ...
ResponderEliminarBlck Obama les cantó en la Casa Blanca: ¿Quién ha visto negro como yo? ¿Quién ha visto negro como yo? comiendo papa, lechuga, calabaza y quimbombó.
ResponderEliminarEn enero compro mis cotufas, una Coca Cola y empiezo a ver la película, vamos a ver que trae...
Interesante tu análisis.