sábado, 6 de septiembre de 2008

Señorita psicótica (Nocturne)

This time
She loves him, she loves him
I'm gonna keep me to myself
She loves him, she loves him
She loves him, she loves him
This time I'm gonna keep my all to myself
She loves him, she loves him
And he makes me want to hand myself over
She loves him, she loves him
She loves him, she loves him
And he makes me want to hand myself over
Björk. Pagan poetry

Sus zapatos tejidos, su falda luterana con medias escocesas y camisa abotonada al cuello, esas ojeras oscuras, el pelo aniñado y el cigarrillo yunkie, todo junto como una descripción absurda, un bello engendro literario. Ladea torpemente la cabeza, como un jorobado coqueto, como una señorita. A su lado, la impecable, dama entre las damas; piernas cruzadas, vestido blanco y rodillas de poeta. ¿Tienen rodillas las escritoras? Sí, pero ahora no se ven.

Sentadas, una al lado de otra, detenidas hace años en una foto y un país que probablemente ya no existe. Una no me importa en absoluto. La otra sí, y mucho. Periodista, cronista, poeta, gimnasta, hierro caliente, pastilla de noche, pastilla de día. Ida, ¿qué te hiciste? ¿por qué tu nombre es un verbo derribado en adjetivo? Linda ojerosa mía escribe, escribe, escribe. No duermas más, escribe por favor. Linda ojerosa mía, no me mires así, no hagas eso. Linda ojerosa mía escribe, escribe, escribe.

¿Por qué Elisa me manda esto por correo? ¿Por qué me inmiscuye de nuevo en sus recuerdos? Si yo con ellas y las demás no tengo nada, acaso esa Jaula de familia, Las órdenes al corazón, El paredón de primavera o Los Recados al hermano mayor. Ellas están allá, y yo aquí, releyéndolas, intentándolas. Quizás sea todo junto, quizás es país o enmudecimiento, quizás la ventana y las bolsas frías del mercado, quizás el autobús o el teclado sucio. Quizás soy yo, hablando sola con estos muebles. Mi hermana es poeta, mi abuela lo fue; yo quería ser periodista. Lo digo para que sepas porqué fumo.

Miro la foto de esas señoritas que se aburren y escriben. Señoritas que fuman, se aburren y escriben. Señoritas jorobadas que cargan su propia piedra en las noches. Ni novelistas ni poetas “conyugales” Elisa, no me digas eso, no ahora. Me asomo a la ventana. En el edificio de enfrente, una mujer cambia los pañales a un niño. Me da por fumar y volver a mi silla. Miro la foto de esas señoritas aburridas. Pero qué es todo esto sino un montón de Poemas para una psicótica.

Elisa no quiero que dejes de hablarme. Sólo digo lo que aprendí escuchándote. Mándame más fotos y escribe, escribe, escribe. Aún te queda y me queda. A ti, todo lo posible. A mí, acaso lo que pueda. Elisa escribe, escribe, escribe. A las demás, diles que duerman.

Me asomo a la ventana, esa mujer sigue cambiando pañales. Vuelvo a mirar la foto y el país al que nunca voy a llegar. Miro, y miro, y miro. Ojalá tuviera yo rodillas, ojalá supiera arder como lo hacen las escritoras que sueñan con caballos de pelo rojo. Historias de señoritas que escribían porque se aburrían. Linda foto Elisa, linda foto. Pero, ¿sabes? Ellas no llegaron aquí. No hubo Hueso pélvico roto ni herida alguna. ¿Ahora entiendes lo que digo? Linda ojerosa mía, déjame en paz.


Mejor así, muertas.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Sociología accesible: Bocata extravaganza

Tengo una duda. Vaya que es una, y de las grandes. Esta mañana he leído la prensa con la misma atención de todos los días. Pero aún no llego a entender cómo dos cosas pueden ser noticia a la vez. La mayoría de los medios especulan, quise decir informan, sobre el llamado síndrome post vacacional que supuestamente ataca a los españoles tras el fin del verano.

¿Síndrome post vacaio… qué? Sí, un sofisticado diagnóstico para el mal humor, la incomodidad y el pesimismo natural que supone para las personas volver a la rutina y el trabajo. Ante esta fina extravaganza del bocata – a la madre Patria se le dan bien estas cosas-, el Ministerio del Trabajo Español sorprendió hoy con una de sus peores cifras en meses: en agosto 103.085 personas más quedaron sin trabajo.

Esto supone una suma total de dos millones y medio de “parados”, es decir, y en términos castizos, dos millones y medio de personas que se dan de alta en la seguridad social para cobrar una “prestación” a causa del despido reciente de su puesto de trabajo. ¿Puede alguien deprimirse por volver a la oficina? Bueno, depende… Quizás si, a su regreso, alguien ocupa su silla.
Te damos gracias Señor por las oposiciones.

lunes, 1 de septiembre de 2008

¿Y tú, periodista?

Jorge Aguirre, Cadena Capriles, año 2006; Jesús Rafael Rojas, diario La Región, año 2006; Mauro Marcano, Radio Maturín, 2004; Jorge Tortoza, diario 2001, 2002; María Verónica Tessari, Centro de Medios Independientes, 1993; Virgilio Fernández, diario El Universal, 1992 y finalmente Héctor Rondón, diario la República, 1962. Siete periodistas; seis asesinados y un Premio Pulitzer.

El Newseum, en el 555 de la avenida Pennsylvania de Washington D.C, tiene un aire monumental. Como todo en esta ciudad, es severo y trágico. Todo en él es blanco, limpio y loable. En sus galerías puede verse lo que quedó de la antena del World Trade Center, una enorme chatarra abatida; pedazos enteros del muro de Berlín; algunas de las libretas de Woodward y Bernstein y al muy avergonzado Nixon renunciar a la presidencia en un vídeo descolorido; el asesinato de J.F Kennedy, el de Lee Harvey Oscar –transmitido en directo por un reportero de CBN- y el de Robert Kennedy.

Al lado de cada incidente, cual fetiche corporativo, está la pluma, los lentes machacados o la cámara quemada del periodista que cubría lo que entonces era noticia. El periodismo siente demasiada autoridad como para que se le deje de lado en la historia. De ser nosotros –la prensa, the media- los que la contamos la historia, merecemos nuestro propio Arlington, ¿no? , parece decir este lugar en cada una de sus paredes. Cuántos males evitamos, cuántas cosas hicimos por ustedes, siento que está dicho en cada fotografía y en cada pasillo.

Me paseo intranquila. Me reprimo, me juzgo. Me molesta que este sitio me arranque gestos de asombro. Me molesta que la carne se me ponga de gallina. Me molesta alimentar la épica del reportero héroe, imparcial hasta la tumba. Me molesta darle la razón el periodismo especialista en sí mismo, detector de la verdad y juez de todos excepto de sí. Me molesta poner cara de periodista, y pose de periodista, y gesto de periodista. Me molesta, sí. Pero lo que más me molesta, es que de los siete reporteros que se menciona en este lugar, seis lo estén por haber sido asesinados mientras hacían su trabajo, y que el único que ocupe la galería de Los Pulitzer, Héctor Rondón, tenga que soportar que su foto del Porteñazo se mal exponga, cortada toda en su primera franja –la que indica el letrero Carnicería La Alcantarilla sobre la imagen del sacerdote con el cadáver del soldado-.Ahí está, aislada de su sangrienta poesis, la única que la historia parece estar dispuesta a concedernos.

Los pasillos se me atragantan. Una soledad agria me parte la lengua. Todos los periodistas asesinados, todos, murieron en el mismo tiempo histórico. Sí, un tiempo histórico que comienza un 4 de febrero de 1992 en el primer alzamiento militar contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, continúa en la alcabala del 11 de abril de 2002 y avanza, aún hasta ese día en el que, amarga y tonta turista, me planté frente a un mapamundi de libertad de expresión. Un mapa en el que Venezuela no está. Bueno sí, aparece pintada toda rojo en la categoría de los países sin prensa libre. Es un país rojo, como nuestra poesis. Rojo como los seis periodistas asesinados. Rojo como el Porteñazo. Rojo como sangre que, con la rabia y el periodismo, se me sube a la cabeza.