Lo mejor de su obra está, siempre, a punto de ocurrir. Lo mejor de su obra no está recogido en ningún libro. Lo mejor de su obra ocurre cuando habla. Es pequeño, aparenta indefensión y tiene manías telefónicas -una llamada puede convertirse en 17-. Carlos Monsiváis parece burlarse para sus adentros. “¿No puede preguntarme eso después, por correo?”. Escoltado por frescos borbónicos de regordetes angelitos –odia a los niños y adora a los gatos por desdeñosos-, el escritor mexicano Carlos Monsiváis se abre paso en la sala Simón Bolívar del palacio Linares de Madrid, para hablar sobre los nuevos Cronistas de indias, una conferencia organizada por Casa de América en la que se hace referencia a la nueva generación de escritores, periodistas y narradores que han hecho del género un lugar literario propiamente latinoamericano. En este mapa Monsiváis es, sin duda, una coordenada mayor. Es el cronista viejo, sacudiendo su maraca burlona.
De la crónica y otros artefactos literarios
Epidémica y maravillosa, la crónica salta y palpita. Su roncha es la historia en la piel de los ciudadanos. En menos de 15 años, en América Latina han surgido tres revistas de crónicas y reportajes: Gatopardo, El Malpensante y Etiqueta Negra. Autores, editoriales y publicaciones han llegado con éxito a España, su mercado natural. Tan sólo el año pasado, la crítica española recibió con beneplácito las ediciones La Argentina crónica, una antología cuyos autores promedian los treinta y cinco años y Lo mejor del periodismo en América Latina, editado por la Fundación Nuevo periodismo, que hace poco menos de un mes, en Bogotá, bautizó a un grupo de autores como los “nuevos cronistas” de unas indias que ya no sorprenden a Fray Bartolomé o a Hernán Cortés, sino a Anagrama, Planeta, Alfaguara o Debate.
En su intervención, Carlos Monsiváis no separa la resurrección literaria y editorial de la crónica de las necesidades del periodismo, y en cierta forma atribuye los años opacos del género al desdén que hizo de ella el Boom de la literatura latinoamericana. “El ímpetu de la novela todo lo devasta. Aquello que no entre en su terreno es literatura amena, por lo que la crónica quedó relegada a asuntos de color local. A eso favoreció también la obsesión que generó el reportaje de investigación, en el que todos los periodistas encontraban una denuncia, un poder político corrupto y la oportunidad de escribir una novela”.
De la Non-fiction a la sicaresca y el narcocorrido
Latiguillo sarcástico de por medio, Monsiváis asume que “pese a todo y contra lo previsto”, la crónica ha resurgido, entre otras cosas porque “el mundo que ahora tratamos exige unas determinadas formas de contar”, incluso, el autor de Los rituales del Caos (1995), traza redes entre las exigencias que impone la realidad para dar cuenta literaria de ella. “Las licencias literarias de la crónica, su relativa indistinción, la mezcla que hace de ficción y periodismo ha permitido describir situaciones que normalmente en el reportaje de investigación no se pueden contar del todo sin comprometer a quien escribe”. Monsiváis habla con la mano apoyada en la cara como quien empuja con fastidio el compromiso de su propia genialidad. “Para 1990 el narcotráfico llegó a tal punto que exigió de la literatura un tratamiento. Sobre todo en Colombia y México, la crónica se abocó a esa tarea. En ella podían vestirse nombres y denuncias como cuentos de hadas con AKa45”.
Envuelta en su propia dinámica, la crónica de América Latina “se mezcla con el thriller”, posa los ojos en el lugar de los temas pendientes. “Su tema no es la violencia –dice- sino la impunidad con la que se comete”. Y es justo en ese espacio donde Monsiváis delimita la “intención literaria” de la crónica, esa que la opone al reportaje de investigación, y desde la que surgen propuestas tan interesantes como las de Juan Villoro, Martín Caparrós o el cronista mexicano Elmer Mendoza, además, de la eclosión de temas de interés literario y periodístico –a mitad de camino entre la bitácora alucinada y el relato- como pueden ser las estampas recogidas alrededor de lo que el Narco-corrido representa.
te leí esta mañana en El Nacional. Es un buen artículo, colonizadora en el Viejo Mundo.
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