viernes, 4 de abril de 2008


Mario:

No es la primera. Son ya cinco, o seis, los intentos de carta que escribo. Tengo, incluso, varios modelos y situaciones. La que podría darte –corta, discreta, directa- si nos topamos en el Paseo de Coches del Retiro o más bien otra –larga, pesada, llena de redobles- por si tropezamos en el bullicio del Círculo de Bellas Artes o el Palacio Linares. Sinceramente, no he terminado ninguna: ni la de la Casa Verde, tampoco la del chivo, la niña o los cachorros. Mis cartas, como mis historias, arden fácil.

Y como una mujer zurda de Peter Handke, quisiera arrojar al suelo el portátil desde el que te escribo y hacer este abandono más llevadero. ¿Me dirás lo mismo? Que todo debe estar en un sitio. Que las palabras, como los caballos, se desbocan. Que los libros son pura doma y las historias un acto de memoria. Si todo esto, Mario, es duración ¿por qué mis cartas, como mis historias, arden fácil?

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