Una vez en tierra, ya en la cinta mecánica del aeropuerto, arrastré mi maleta de rueditas desobedientes. Me hice como pude con el morral, encendí el teléfono, guardé los pasaportes. Atravesé el estómago amarillo de la terminal cuatro, el Moby Dick de barajas. Me sentí un viajero, revuelto y perdido, en la panza de un animal dormido. Me pareció entonces –como ahora- que Caracas estaba más lejos que la última vez; que quedaba en un Golfo sin ropa o en la parte rota de un mapa. Llegué con el mismo mal aliento dulzón. Ha pasado un mes. Y aún no he llegado. Pido una taza de café. Espero a que deje de llover. He dejado mi paraguas, también mi edición de País portátil.
En el café del Círculo entran y salen los que ya se van: Alaska y su novio punk; Raúl del Pozo y su barba; Pedro Jota y su periodismo; Mariano Rajoy y su Partido Popular; una España y su cortejo. Salí unos minutos antes de que terminara el homenaje y me senté, aquí, a esperar. Sigue pasando la gente: guardaespaldas, periodistas, gente y más gente. En el hall se desparrama un poster con una foto y un aforismo de Francisco Umbral: Ser escritor para ser libre.
No tengo paraguas y sigue lloviendo. Tengo mal aliento y la sensación de ser un maletín cobarde en las manos de Andrés Barazarte. Francisco Umbral murió hace cuatro meses, Adriano hace cuatro días. El premio Cervantes el mismo día de la muerte súbita de Antonio Puertas; el Seix Barral murió en un país al que ya no podía dedicarle ni la mejor de sus borracheras, Umbral en otro que no escuchó su muerte. Países aturdidos. Ballenas durmientes. Hombres que daban sed.
¿Por qué no me traje un paraguas? ¿Por qué País Portátil no vino entre mis cosas? ¿Porque fue escrito doce años antes de naciera; porque Adriano siempre fue su propio Barazarte; porque el país del que he vuelto no llega ni se marcha; porque arrastro una maleta de ruedas desobedientes; porque medio día no es suficiente para entregar un maletín; porque siempre se está en el medio de una autopista hinchada?
Sesenta y ocho… ¿países, veces, novelas? Miro a mi alrededor, veo el aforismo de Umbral. Siguen saliendo invitados, elogios. Sigue lloviendo. Letras sobre letra, un Ser de lejanías y un ballenero que arrastra su propio maletín desobediente. Barazarte es ahora su propio pater familia. El país, a punto como está de comer con las manos, sigue arrugándose en mi maleta, se pierde en una biblioteca breve. No deja de llover. No termino de llegar y no encuentro un arpón que me sostenga del viento en el estómago de este animal dormido.
continúe, por favor, señorita sáinz.
ResponderEliminarni un café sin leche...
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