sábado, 13 de febrero de 2016
La Ginzburg o lavar la ropa llorando
Leo a Ginzburg; la edición que ha publicado Lumen de 'Las tareas de la casa y otros ensayos'. Ya sea la muerte de la novela (la muerte del lector), el hielo en el vaso de agua del psicoanalista, la carta que Dickinson le escribió a un mundo (y que este nunca le respondió)... me emociona y conmueve. Ha sido capaz de sacarme del desaliño vital que llevo días pegado en la ropa. Si el alma se viste, si tal cosa es posible, siento que llevo días con una ropa (inexistente) llena de manchas inexistentes. Llevo días sintiéndome desposeída del interés por vestirla, dominada por la inapetencia de combinar prendas que no existen, que nadie ve excepto yo. Las almas no sienten tedio o frío, ¿no? Tampoco se manchan de mantequilla o se arrugan como una sabana que ya deberíamos lavar. Nada de eso pasa, pero me pasa y ha sido leerla y levantarme de ese revoltillo de trapos sucios en los que se me ha convertido el corazón. La Ginzburg me ha conmovido y emocionado. Me ha dejado un bote de detergente. Me ha lavado el cabello con belleza, con un champú sencillo y efectivo, de olor bello. He querido buscar esta noche a la editora de Lumen y agradecerle que me descubra a esta mujer que lleva años viviendo en mi cabeza sin saberlo. Me he reconocido, he revivido limpia como una camisa blanca. Por eso leemos y escribimos. Por eso. Y qué bello es descubrir que uno no se ha vuelto costra, que no somos una mancha vieja de queso fundido sobre un abrigo que lleva un año entero guardado en el ropero.
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