sábado, 28 de marzo de 2009

La sedación de los mares y las autopistas


O deserts down below us
And storms up above
Like a stray dog gone defective
Like a paper tiger in the sun
Beck."Paper Tiger", de Sea Changes.

Tiene un movimiento suave y constante. Desprende un ronquido que rellena la casa, como una cisterna eternamente triste. La escucho casi como a una respiración. Cuánta marea para un hormigón. Desde la ventana de un piso siete, la M30 se comporta como un mar sustituto, algo invariable capaz de embobar. Vivo con ese jardín zen. No tiene monjes diminutos, tampoco fuentes artificiales ni mensajes en código galleta de la suerte. Es sólo eso, mi propio paisaje sedante.

Los autos juntos hacen oleaje, un movimiento repetido y magnético. Y como el mar, la autopista por sí sola no va a ningún lado. Permanece allí, moviéndose. Adelantando y retrasándollo todo, estable y voluble como una marea embalsada. Todos necesitamos certezas, pensar que el oleaje nos empuja con el resto, por eso el mar, como las autopistas, seda a quienes lo espían. Marineros y oficinistas de hora punta, todos dando la vuelta a la misma rotonda.

Pasa la tormenta, la hora punta y los atascos. Entonces la tranquilidad de los postes se restituye y la M30 recupera su aspecto de scalextric matutino. En una ciudad sin costa, el mar es un derecho confiscado. Yo me lo gano a pulso, fumando y viendo pasar los barcos desde mi ventana.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Sangrado corazón



Tendida la cama, barrido el suelo y ordenada la cómoda, todo era cuestión de salir. Entonces Yolanda cogió la dormilona, la ensartó en un gancho de ropa y la guindó en el armario, junto a los otros vestidos. Acabada la tarde, Yolanda cerró las puertas del armario, después las del cuarto. A diferencia de los días en los que alguien muere, no llovió, tampoco hubo nubes, sólo el mismo calor resplandeciente de todos las tardes, hasta que el sol cayó puntual sobre el patio de la Quinta Sagrado Corazón. Ese reino de corazones abiertos, como guayabas ardientes.

lunes, 23 de marzo de 2009

Hombres que hablan de baloncesto


Un hombre alto habla de baloncesto. Está sentado en la única mesa de una redacción abandonada. Le rodeamos tres, cuatro, quizás cinco personas. En 1997, dice, tenía cerca de 24 o 25 años, un puesto de redactor deportivo y un billete de avión a Sarajevo. Dos años después del fin de la guerra,el reportero llegó a los Balcanes buscando a Mirza Delibasic.

Además de las preguntas para una entrevista, llevó lo convenido con Delibasic: cajas de tabaco, un lujo en una ciudad bombardeada -más aún si quien lo pide es un prócer de un metro noventa y siete centímetros de alto-. Cuenta el reportero que Delibasic era un ídolo dentro y fuera de la cancha. Más que una estrella, una efeméride ambulante: campeón olímpico, mundial y europeo con la selección yugoslava. Jugó 700 encuentros y anotó más de 14.000 puntos para su equipo, el Bosna, de Sarajevo.

Apenas un año después de la independencia de Bosnia y Herzegovina, estalló la guerra. Delibasic sacó a su mujer y su hijo de Bosnia, pero inmediatamente volvió a Sarajevo. Corría 1992. Habían pasado diez años desde sus dos temporadas como jugador en el Real Madrid y casi nueve desde el derrame cerebral que le alejó de las canchas. Aún así, Delibasic volvió a su ciudad. “Decía no poder estar lejos mientras existiese una guerra en su país”, contó el periodista sobre el prócer de un metro noventa y siete centímetros.

Delibasic vio pasar la guerra y lo que ella había dejado tras de sí. Equipos de baloncesto difuntos y selecciones enteras desaparecidas. Los que tenían futuros promisores los aparcaron -los más afortunados- a causa de un desgarre por un perdigón o la esquirla de una granada; los otros, la mayoría, por un disparo en la sien. El talento hizo trasvase desde el mundo de los vivos al de los muertos e incluso a otro, aún peor, el de los sobrevivientes. .

Pasaron frente a un pabellón destruido. “Aquel es una promesa” le dijo Delibasic al periodista. Se refería a un chico, como ellos un hombre alto, que encestaba una canasta. Fue el propio benjamín quien lo explicó todo. Una bala en el culo desgarró su musculatura; adiós al baloncesto profesional. La guerra lo había convertido en una ex promesa, pero no le molestaba. Podía dar las gracias: la bala le dio en el culo, no en la cabeza.

Pero la historia no acaba en la pólvora, los cascos azules o el amor propio. Termina donde empezó: en la redacción. El lugar donde, al fin y al cabo, comienzan y acaban todas las historias, sean cuales sean. Del lugar de donde provengo, el trasvase entre vivos y muertos ha dejado de existir. En las canchas de baloncesto se libra otra guerra de cañón recortado. Todos los días, poco a poco, a golpe de balas, camellos o jíbaros, van desapareciendo. Y si alguno de quienes juegan en ellas podía llegar a ser una promesa, ese fue todo el milagro: que le rindiera la vida para parecerlo. En Caracas, diariamente 46 personas mueren asesinadas -que no te toque a ti, ruega al Santo Ismael y la Corte Malandra-.

Un hombre alto habla de baloncesto. Le escuchamos unas tres, cuatro… no sé cuántos somos. Me miro las manos, pienso en la bala del culo o la de la sien. Pienso en el azar, la distancia. Pero qué más dá, estando a salvo todos somos eso: hombres altos que hablan de baloncesto en la única mesa de una redacción abandonada.
No puedo dejar de pensar en Delibasic.
Él sí volvió.

domingo, 15 de marzo de 2009

Sobre el pollo frito, el fútbol y otras anfetaminas urbanas



¿En qué se parece el fútbol a Dios?. En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.
Eduardo Galeano. Fútbol a sol y sombra

Una primera campana enloquece al golpe de una cucharilla. Terminada ésa, el camarero sacude ahora un cencerro mientras el resto de la barra se une a la celebración. Han dejado una buena propina y el Madrid gana por goleada. Dos mujeres hablan de artículos de limpieza y de cómo arrancar la grasa de los azulejos. Lo hacen en un idioma incomprensible, a veces español y a veces valenciá. Una de ella engulle calamares, yo miro la tele. Sergio Ramos no está jugando mal, simplemente no juega; Heinze marca goles a ambos lados del campo y el bar entero se sacude con una tarjeta roja que levanta el árbitro contra Yeste, jugador del Athletic. La gente grita a la pantalla, esa milagrosa costumbre que hace pensar a quienes gritan que al otro lado del aparato alguien puede escucharles. Todo es bárbaro y enternecedor. Grasa, fútbol, cerveza. Dios bendiga al balón y a quienes le seguimos.

Atrás, en la parte final de la barra, una rumana, un ecuatoriano, una colombiana y algo parecido a un brasileño intercambian verbos mal conjugados y palabras incompresibles; parecen divertirse. Creo que intentan enamorar, aunque el cortejo parece atascado en la falta de vocabulario. Otro tanto del Madrid y la celebración de los goles sirve, al fin, para acortar el idioma. Ahora se acercan en otro lenguaje más fiable.

La mujer de los calamares se ha marchado y en su lugar, tres andaluces con chupas de cuero y vaqueros dejan de comer sus alas de pollo para dejárselas al patriarca que les acompaña –eso dice Salvador-. El patriarca es un hombre mayor, de abdomen inflado y manos gruesas que ordena al camarero cuántas raciones y cañas debe servir; les miro a los cuatro con mis ojos payos y me río para mis adentros. Me gusta su habla dulce y sus voces trancadas.

La democracia del bar y el fútbol, ese reguero de colillas y huesos de pollo en el que todos somos iguales. Ya voy por la tercera jarra y esta puede ser la décima alita de pollo que arroje al suelo después de comérmela. Hacer reguero es, también, una manera de estar. Hace dos años cuando llegué, no entendía de fútbol ni de bares y me escandalizaba la suciedad que acompaña las barras de los bares y cafeterías. Censuraba, con mi educación –usted, por favor, ¿me regala con cigarro?, con permiso, ¿sería posible?- y mi pulcritud sudamericana cómo los españoles arrojaban servilletas y palillos al suelo. Ahora que entiendo de fútbol y bebo cerveza, también arrojo huesos, servilletas y colillas. En la democracia del bar yo, como el resto, también grito gol. La campana ha vuelto a sonar. Han vuelto a dejar una buena propina y el partido llega a su fin. El Madrid gana al Athletic cinco goles a dos. La noche en Casa Pepe ha terminado.

lunes, 9 de marzo de 2009

¡Bienaventurados los espontáneos!


Muy bien. El periodismo ciudadano, o lo que quiera que eso signifique, existe. Pero así como ése, habría que admitir también, suponemos, una medicina ciudadana, una abogacía ciudadana, una ingeniería ciudadana e incluso, ¡albricias!¿por qué no?, un sacerdocio ciudadano. Que todo aquel al que le parezca loable prestar sus buenas intenciones al beneficio colectivo, coja un bisturí, recete vitaminas, reparta herencias o declare la inocencia de un acusado.

Total, si eso es democratizar –con toda inconsistencia actual de la propia palabra-, bienvenido sea. ¿Estaría todo el mundo tan de acuerdo acaso? ¿Estarían los médicos de acuerdo, o los abogados? Todos tendrían derecho a ejercer la función que les plazca, sin estar necesariamente formados para ello. Sin embargo, y para el disgusto de los democráticos, las buenas intenciones no son suficientes. El conocimiento, que para algo se construye y transmite, diferencia al médico del mecánico, al músico del letrado, al ingeniero del decorador. La experiencia profesional de uno sobre otro marcará la diferencia, y eso incluye también al periodismo, al que se ha agregado además el sufijo ciudadano como si la prensa estuviese dirigida a edificios o automóviles y no a personas.

El llamado periodismo 3.0, la bienaventurada calentura de los blogs y la proliferación de reporteros espontáneos supone para muchos una panacea. Y no falta quien tire la primera piedra contra los medios de comunicación, los que afirman que al fin ven en el enjambre de “escribidores” de crónicas en blogs o “grabadores” de accidentes en el móvil un antídoto para el pérfido poder mediático. Semejante razonamiento es ingenuo e insuficiente.

Hace dos años, en el VII Congreso de Periodismo de Huesca los periodistas José Cervera y Javier Monjas debatieron al respecto. Mojas, editor de nuevodigita.com, dijo: "El periodismo ciudadano no existe", a lo que Cervera ('blogger' de 20minutos.es) respondió no sólo sobre su existencia, incluso aseguró que "es más democrático y eficiente".

Nadie niega la conmovedora y democrática posibilidad de que todos pudiésemos hacer aquello que creamos mejor y más justo. No falta quien diga, en el bar: “Si yo fuera presidente de gobierno…Hombre, si yo fuera Juande... Si yo fuera Guti, o la Merkel”. Pero la vida civilizada, así de injusta, exige credenciales más firmes que el voluntarismo. Qué más quisieran los aspirantes a escritores, diputados, jueces, entrenadores o futbolistas; los que siempre lo harían mejor; los que dicen saber más sólo porque así lo creen. Que el periodismo sea descrito como oficio no quiere decir que cualquiera pueda desempeñarlo. Hasta el más elemental carpintero necesita entender la madera que esculpe para confeccionar una silla hermosa y funcional. Lo mismo, exactamente lo mismo, ocurre con el periodismo.

El monopolio de la información no es, en absoluto, una disculpa, un motivo o una justificación. Éste fue el debate de los años setenta con el periodismo alternativo una fórmula que nació queriendo ser independiente y terminó enredándose en los hilos de subvenciones, tan peligrosos y comprometedores como el resto. Si usted, querido lector, quiere ver un ejemplo de cuán frágiles son estas “robinhoodsescas” epopeyas de vecindario, le invito a visitar http://www.aporrea.org/ o http://www.el23.net/.

Entonces, nos hemos puesto de acuerdo. Habrá periodistas ciudadanos en tanto otras profesiones lo sean. Habrá que ver si gozarán de visto bueno las nuevas ciudadanías profesionales ¿Todo el que tenga un blog puede ser periodista? Claro, de la misma manera que todo el que se compra una bata blanca puede ser médico. Ahora, que el paciente sobreviva o no, ése es otro asunto

sábado, 7 de marzo de 2009

Derbi



Casi un mes sin escribir una línea para consumo propio, ni siquiera en mi pretenciosa libretita moleskine. Dos reportajes, un par de ensayos mercenarios, una entrevista que en realidad no necesitaba periodista y dos opiniones de trescientas palabras cada una; eso fue todo lo que escribí, y lo hice para otros, hablando sobre temas que interesaban a otros y con los que otros evaluarían la calidad de mi redacción del cero al diez.

Dicho así, hasta me da vergüenza contarlo. Menuda pendejada. Pero entiéndanme, a nadie le gusta ir de mudo por la vida, hablando sólo porque otro lo exige. Parece mentira, se es asalariado y poco imaginativo hasta en el papel. Nunca seré afterpop ni tendré uñas rosadas de crítico literario, entre otras cosas porque he comenzado a comérmelas.

Las lecturas dispares e hirientes tampoco ayudan. El buen y borracho Fitzgerald; la relectura del malagradecido Hemingway y el harakiri liberal de la última novela Carlos Fuentes (sí, ocurre en México; sí, hay prostíbulos, políticos corruptos y moribundos oradores, capaces de reflexionar sobre México mientras agonizan). He pensado en leer a Largson y a Larra, pero la muerte de uno y el suicidio del otro me hacen sentir peor, aunque de momento, por ser los dos periodistas debería sentirme a gusto empapelando las hojas de post-tips ñoños. “Buena descripción”. “Relato lineal con narrador en mi primera persona”.

Y ahora que me lo pregunto –y que me lo pregunto bien, a solas, en casa, con la página en blanco todita para mí-, comienzo a verme el ombligo y escribir sobre él. Es redondo, divide la mitad de mi cuerpo en dos medianamente simétricas y tiene un aspecto raro como de nudo que puede soltarse de un momento a otro. Lo dicho, casi un mes sin escribir una línea y vengo a residenciarme en un cómodo y redondo ombligo que nada me dice y a quien yo no le digo nada.

Debería pensar seriamente en escribir la gran epopeya del arroz expropiado, la receta de la tarta de cumpleaños de Mugabe o el manual de instrucciones sobre el flequillo centrista de Tipi Livni.
Y aunque podría seguir comiéndome las uñas, mejor espero a la carta del director de mañana domingo o me resigno a la idea de seguir haciendo lo que he hecho hasta ahora… Son las siete y cuarenta de la tarde, en veinte minutos empieza el derbi Real Madrid versus Atlético de Madrid. La M30 sigue tendida en la ventana, haciendo su ruido de jardín Zen. Vuelvo al teclado, pero esto sigue siendo doloroso. Me voy a la tele, a rezar por un gol de Raúl y para que Sergio Ramos no meta la pata, esta vez.
Shit detector, ¡funciona ya!